Nadie recibió al estado de Guanajuato como lo recibirá la gobernadora Libia García. Las condiciones de seguridad pública marcan el peor sexenio de la historia desde la Revolución. Por eso Libia hace un cambio sustantivo de equipo con el que tratará de enderezar nuestro destino.
Mientras la entidad muestra salud financiera con más de 30 mil millones de pesos en bancos, la seguridad y la gobernabilidad se perdieron. Jamás imaginamos que el Ejército tuviera que tomar ciudades enteras como Celaya, la tercera más importante, o que en Comonfort no se pudieran celebrar las fiestas patrias porque representa un riesgo para la población.
Para componer la situación, la primera gobernadora necesitará trabajar con la convicción absoluta de que sí se debe y se puede gobernar, de que sí existe un camino para pacificar al estado. Al costo que sea, como dice Loret de Mola. Lo más caro sería permanecer como estamos. Guanajuato perdió el crecimiento histórico que lo colocaba entre los 5 estados de mayor empuje; obtuvo el vergonzoso primer lugar en homicidios dolosos. Si calculamos en el mes de agosto el número de homicidios por cada 100 mil habitantes, en Celaya fueron 133 (80/600,000), una cifra que ninguna otra ciudad mediana del país tuvo.
Para lograr avances rápidos, Libia puede y debe valerse del apoyo federal. No habrá el pretexto presidencial de que todo lo malo se debe al fiscal Carlos Zamarripa. Seguro que Omar García Harfuch, designado secretario de Seguridad Nacional, cooperará con Guanajuato. A la presidenta Claudia Sheinbaum le urge también hacer sentir su capacidad con un fuerte impulso a la seguridad. Tiene que rescatar Sinaloa de la guerra incipiente e imparable entre chapitos y mayitos. Debe recuperar Chiapas y poner en amarillo o en rojo los estados de Jalisco, Michoacán, Tamaulipas, Morelos y Guanajuato.
Con los cambios federal y estatal, llega la esperanza de un cambio. Así sucedió cuando llegó Diego Sinhue Rodríguez y Andrés Manuel López Obrador. Prometieron mejorar lo que les habían dejado sus antecesores y fallaron para desgracia de cientos de miles de familias. El llamado “golpe de timón” que anunció Diego al principio de su mandato fue sólo una figura retórica. Sabía que el sur de Guanajuato tendría que rescatarse y no lo hizo, en particular Celaya, donde nunca dieron píe con bola. La decisión de López Obrador de “dar abrazos y no balazos”, será recordada como una de las más graves que haya tomado mandatario alguno.
Hay una capacidad que jamás tuvieron Diego y Andres Manuel, la de escuchar, la de cambiar a través de sus años de mandato. Eso costó miles de vidas y desapariciones forzadas. Sufrimiento como el que no había tenido nunca. Tampoco marcaron en su espíritu la convicción de que el Estado debe tener gobernabilidad.
Es seguro que Libia escuchó a muchos expertos en estos meses, que tomó consejo de quienes sí han podido controlar a sus estados. También debe tener listos los cargos más importantes, el del Fiscal General – que deberá ser ratificado por el Congreso- y el del Secretario de Seguridad Pública. Las dos dependencias tuvieron un solo mando durante más años de lo que era deseable. Los números muestran la realidad del tamaño de la tragedia que vivimos, del fracaso evitable que fueron estos seis años.