Miras la isla a la distancia: el viento mece con suavidad las hojas de las palmeras; cerca de la playa, el mar tiene un color azul turquesa; más lejos, adquiere un tono lapislázuli. El oleaje es sereno y acompasado. En el cielo, dos nubes solitarias garantizan el buen clima. Un nadador se dirige a la isla con brazadas rítmicas. Te relaja ver esos movimientos que dan vida al paisaje. Todo es perfecto; sobre todo, porque no te duele la espalda.
Estamos ante una demostración de lo que puede lograr el sistema de realidad virtual RelieVRx que desde noviembre de 2021 cuenta con el respaldo de la FDA (Food and Drug Administration) de Estados Unidos. No es de extrañar que en tiempos de la pandemia, cuando la especie humana sobrevivía al tedio y al encierro gracias a lo que sucedía en las pantallas, la medicina se apoyara en un recurso virtual para aliviar dolencias.
Uno de cada cinco estadounidenses padece un dolor crónico, lo cual ha llevado al uso excesivo de analgésicos. Por suerte, la distraída especie humana vive en la realidad, pero también en su representación. Los sueños, las esperanzas y los recuerdos (auténticos o engañosos) pueden ser tan intensos como los sucesos. Si no especuláramos, todo sería peor. La subsistencia humana ha dependido, en buena medida, de la capacidad de autoengaño.
En Chamanes y robots, Roger Bartra estudia el “efecto placebo”, la forma en que, desde hace siglos, médicos y taumaturgos han mejorado la salud de los pacientes a través de la conciencia, y se pregunta si los programadores de la inteligencia artificial podrán hacer algo semejante. ¿Llegará el día en que una máquina se haga una falsa idea de sí misma? Confiar en una pastilla es el primer requisito para que haga efecto (en el caso del placebo, se trata del único requisito). Lo mismo sucede con la persona que se cree mejor de lo que es y así alcanza metas insospechadas.
El RelieVRx permite que los pacientes se distraigan para calmar sus nervios. En su fase actual, el tratamiento dura ocho semanas en sesiones de dos a 16 minutos. Brennan Spiegel, director del Centro Médico Cedars-Sinai, ubicado en Los Ángeles, es un convencido profeta de la virtualidad médica. En su opinión, el éxito de este recurso deriva de que la tecnología ha evolucionado lo suficiente para crear una hiperrealidad verosímil. Además, en su opinión, “nuestros cerebros están diseñados para vivir en una sola realidad”. Si algo te cautiva, olvidas lo demás. En buena medida, la humanidad debe su suerte a su habilidad para abstraerse de lo que tiene enfrente.
Pero toda innovación técnica depende de antecedentes culturales. La realidad virtual es curativa porque un largo adiestramiento nos ha preparado para alcanzar el estado de gracia en que el cuerpo se olvida sanamente de sí mismo.
La literatura ha contribuido de manera decisiva a este proceso. Un libro es, en sí mismo, un aparato de realidad virtual: el lector no ve las hojas ni la tipografía, sino las imágenes que convoca la escritura. Estamos ante una tecnología interactiva: las letras se borran y son relevadas por escenas imaginarias, y las intenciones de la autora o el lector son completadas y alteradas por quienes están al otro lado de las páginas.
La diferencia esencial con un aparato como el RelieVRx es que, quien lee, construye un mundo imaginario y lo perfecciona a su medida; en cambio, quien contempla la hiperrealidad digital, recibe estímulos visuales instantáneos. La lectura tiene un papel sanador más duradero porque el “paciente” se impregna en forma indeleble de la realidad que él mismo ha contribuido a crear.
En 1673, Molière puso en escena la última de sus obras, El enfermo imaginario. Murió a la cuarta función mientras desempeñaba el papel protagónico. La pieza ofrece un magistral retrato de la hipocondría y los fallidos intentos de la medicina para curarla. El dramaturgo sabía que las enfermedades nerviosas se curan por su propia vía.
Tres siglos y medio más tarde, mientras el invisible virus de la pandemia avanzaba en los cuerpos, los vivos buscaban alivio en las pantallas. El RelieVRx surgió de esa experiencia con el fin de paliar el dolor; sin embargo, como confirma el primer párrafo de este texto, ese recurso ya estaba en la literatura: “Miras la isla a la distancia: el viento mece con suavidad las hojas de las palmeras…”