Por fin estamos en el umbral del nuevo gobierno. Llegamos cansados, divididos y lastimados por un presidente que nunca tuvo en su mente unir a México ni considerar un bien público la pluralidad democrática. Un presidente que, en lo cotidiano, mintió todas las veces que quiso.
Sólo faltan 7 días para que termine lo que para muchos fue una pesadilla, un ejemplo de populismo seudo nacionalista que nos deja peor de como estábamos hace seis años. Lo más grave, sin duda, es la pérdida de la seguridad pública. Los homicidios dolosos registrados llegarán a 200 mil; las extorsiones en Michoacán y Morelos -sólo como ejemplo- son un segundo impuesto arbitrario que destruye económicamente a productores y comerciantes. Sinaloa vive su guerra interna entre los “sombrerudos” de El Mayo y la “chapizza” de los hijos del Chapo Guzmán. En apenas dos semanas siembran el pánico en la población y descubren lo que todo mundo sabía: Sinaloa es un narcoestado donde su gobierno y el Ejército son espectadores de un torneo de gladiadores armados.
Nuestras libertades, como dijo Carlos Slim, se redujeron por la inseguridad.
El segundo problema es la destrucción de las instituciones ordenada desde Palacio en este último mes de gobierno. Tan lamentable es el enfrentamiento causado entre poderes que ayer una turba enfurecida gritaba en Veracruz “¡dictador, dictador!” al presidente, quien no viajaba en su democrático Jetta sino en una muy blindada Suburban negra. Un detractor lanzó una botella de agua a López, quien, visiblemente nervioso, levantó los brazos para saludar al bando de seguidores que lo vitoreaba.
Una metáfora de lo que hemos vivido estos años: la división profunda entre los seguidores del presidente (aún mayoría) y la minoría opositora que fue no sólo despreciada sino desechada como parte integrante de nuestro cuerpo social. Una minoría a la que nunca habló AMLO. Que con un profundo desprecio insultó frente a la nación, incluso violando la ley al exhibir datos personales como los de Carlos Loret de Mola. La historia lo registra así.
Siete días después del cambio de poderes, el lunes siete de octubre, sabremos si hay un nuevo comienzo donde se busque la reconciliación nacional. Claudia Sheinbaum tiene en sus manos el comenzar con el píe derecho su sexenio. Porque sanar las heridas que dejó López no son traicionarlo; porque reunirse con la oposición e incluso con Xóchitl Gálvez, sería un bálsamo para millones. Qué decir de las famosas mañaneras donde periodistas paleros atendían los pedidos del presidente como si fueran sus meseros. Eso debe terminar.
Qué tal si la nueva presidenta acepta una entrevista con Carlos Loret de Mola, Azucena Uresti o Carmen Aristegui. Qué tal si replantea las leyes secundarias de la reforma al Poder Judicial, habla con Norma Piña para construir acuerdos y deja que los organismos autónomos trabajen con independencia. El país los necesita.
Los graves problemas heredados serán solucionables si Claudia tiene la voluntad política de convertirse en la estadista que necesitamos. Su inteligencia da para eso y más, lo que desconocemos es su valor y patriotismo para no convertir a esta nación en el país de una sola voz, de una sola mujer.
Todos los mexicanos de bien queremos un sexenio mejor, un gobierno que avance y cumpla y una mandataria que nos diga siempre la verdad. Queremos su éxito porque eso es lo mejor que puede sucedernos. Queremos respetarla y apreciarla; sentirnos orgullosos de ella y de sus colaboradores. Queremos que triunfe, sin escatimar nuestra participación para construir un mejor país para las próximas generaciones.