El cambio de gobierno que esperaba tanta gente por fin llega. Cierto que el presidente Andrés Manuel López Obrador tiene gran popularidad entre la mayoría de la población, pero también hay muchos sectores dolidos y dañados por su política de ataques, infundios y mentiras. También minorías a las que engañó para llegar al poder como los padres de Ayotzinapa o los jueces y funcionarios del Poder Judicial, a quienes quiere borrar del mapa por pura venganza, por puro afán de poder.
Desde hace algunos meses contábamos los días para la llegada de esta fecha. Hoy, a horas de que deje la banda presidencial en manos de Claudia Sheinbaum, sentimos el alivio de su partida. La sabiduría de Francisco I. Madero de no permitir la reelección nos ayuda a cambiar, a renovar el aparato público.
Existe el enigma de la independencia de la nueva administración: ¿será Claudia capaz de tomar su propio camino, de no ser rehén de los más fanáticos seguidores del expresidente?
¿Le llevará tiempo imponer su estilo a la política interna y externa? Sobre todo: ¿tratará de unir a México o seguirá con la política de odio y rencor?
El pasado no puede ser argumento de los fracasos del futuro. No podrán acusar a Felipe Calderón, a Enrique Peña Nieto ni a Vicente Fox de los descalabros y los problemas del mañana porque el pasado reciente es Andrés Manuel. Tampoco podrán culpar al neoliberalismo ni a la “mafia en el poder” si la economía marcha mal o perdemos el T-MEC. Menos podemos solicitar que nos pidan perdón a quienes hicieron posible nuestro nombre y vidas. Sin la llegada de los españoles no seríamos México. Esperemos que no haya más temas inconsecuentes, ni trivialidades que nos alejan de los verdaderos retos como seguridad, salud, educación, productividad y crecimiento.
Andrés Manuel la tuvo más fácil que Claudia. Peña Nieto le entregó un país estable, con crecimiento y ahorro presupuestal. La primera presidenta llegará con un déficit fiscal considerable (6%) y un crecimiento lento. Con problemas complejos como Pemex y la desinversión pública en infraestructura. El “hubiera” no existe pero si podemos imaginarlo. México estaría mucho mejor si las promesas de campaña de AMLO se “hubieran” cumplido: el Ejército en los cuarteles; la separación de poderes; la defensa de la mujer; la reducción de la violencia; el crecimiento del 6% y un sistema de salud como el de Dinamarca.
Los científicos tienen buenos hábitos para conocer la realidad y la doctora Sheinbaum no puede dejar de ver los problemas que tenemos y los que vienen. Hasta hoy, el último día del sexenio, pudo fingir o disimular los problemas. A partir de mañana todo el poder será suyo y la realidad que la rodea también. Entendemos que debió ser leal hasta el final, A partir de mañana AMLO se irá a su rancho o a donde quiera pero su poder va a descender a 5 mil revoluciones por minuto y se apagará abruptamente. Es sencillo, todos quienes volteaban a verlo a él no tendrán tiempo de hacerlo porque en Palacio no está ya.
Ella tendrá la chequera, la fuerza pública y el Ejército; tendrá el timón del país y la representación de todos los mexicanos. La historia nos dice que en México no puede haber maximatos. Hoy amanece el presidente sin mañanera y el martes volverá a ser simplemente El Peje.