Por Juan Alejandro González Zavala
Tras borrar las huellas del camino, seguimos caminando todo el día. Hacía un buen de calor, era insoportable. El vato gordo, recuerdo que llevaba puestas unas botas de trabajo nuevas. Cuando descansamos por la noche se las quitó. Tenía los pies cocidos por el calor y la piel de las botas, y dijo que ya no podía seguir caminando. El coyote se le acercó y le dijo que se quedara, que le daría una caja de cerillos, unos dulces y una botella de agua. Los cerillos eran para que prendiera uno a cada rato para que lo viera la migra, que eso era lo mejor para que no retrasara a los demás.
El vato que antes se había quemado el pie tampoco podía seguir, pero recuerdo que él empezó a llorar y a decir que su familia ocupaba que llegara a USA. Así que me le arrimé y hablé con él, que si quería llegar al norte yo le ayudaría. Me dijo que cómo y sin pensarlo lo agarré de la mano y del cinturón, lo rodeé con el brazo y seguimos caminando.
Recuerdo haber caminado dos días completos más. En la última noche, el coyote dijo, hemos llegado. Pero yo no miré carro o alguna casa, lo único que se miraba era un rodete enorme de zacate. Muy grande y ya seco. El coyote dijo, vamos a descansar en lo que llegan por nosotros. Yo iba tan cansado por el peso de la mochila ya de días y el peso del vato que había ayudado hasta ese momento, que me acosté y me quedé perdidamente dormido. De lo cansado que estaba no escuché que habían llegado por nosotros. Ya todos estaban en la camioneta trepados y yo bien dormido.
Recuerdo que el vato que ayudé se regresó por mí y me despertó. Me dijo, sobres güey que te dejan, ya todos están en la troca. Y como no te miré, pensé que seguías dormido, así que sobres, ámonos. Ya en la troca le di las gracias, si no hubiera sido por él me habrían dejado.
Tras subirnos a la troca avanzamos como unas dos horas. Nos detuvimos en el cerro. Nos dieron de comer unos sándwiches de mortadela que me supieron a gloria después de tantos días sin comer bien. Ahí nos dijeron que tiráramos todo, como mochilas, chamarras, botellas de agua, y nos volvimos a subir a la troca.
Llegamos a una casa en Houston, Texas, ahí había como unos diez vatos bien armados. Uno de ellos era el jefe de la mafia. Bueno, eso creo. Fue el único que habló con nosotros, nos dio unas pastillas para el dolor y nos dijo: de aquí los voy a llevar a un hotel y más tarde iré por cada uno para llevarlos a sus respectivos lugares. Y me dijo a mí, tú te vas hasta Florida, van a venir por ti tus familiares, pero ahí en el hotel vas a estar bien, y cualquier cosa que ocupes, van a estar dándote vueltas algunos trabajadores míos.
Así que llegando al hotel me pegué un baño que de verdad lo ocupaba. Éramos 11 vatos, así que se fueron yendo de a uno por uno, hasta que me quedé solo. Pasó un rato y tocaron la puerta, era la esposa del ese vato, que se metió como en su casa y me dijo, mi marido me mandó para ver si ocupabas algo. Y le pregunté por él, y me dijo que había ido a Nueva York a llevar a un vato, pero que si quería algo, que le dijera. Y le pedí un burrito y una coca.
Se fue y no tardó en llegar. Me comí burrito de prisa, tenía tanta hambre que le dije si podía comprarme otro y otro refresco. También le pedí una caja de cigarros y como me había sobrado dinero mexicano, le dije que tal vez ella podía cambiarlos. Eran 1,000 pesos y se los di. Y fue a comprarme mis cosas, cuando regresó me dejó mis cosas en una mesa pequeña.
Me levanté de la cama para ir a la mesa y ella fue, se acostó en la cama y me preguntó qué estaba mirando en la tele. Y mientras yo comía, ella se puso a cambiarle a la tele y, como todo el mundo sabe, en las televisiones de los hoteles hay un canal porno. Y ella en la cama. Y solos los dos. Pues ella dijo que era la bienvenida a los USA y fin de la historia.
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