Israel vive luto en el aniversario de la masacre del 7 de octubre del año pasado. Los fanáticos palestinos de Hamas, el grupo guerrillero patrocinado por Irán, mataron sin piedad a mujeres, niños, bebés, ancianos y jóvenes a lo largo de la frontera con Gaza. Una barbarie donde hubo violaciones y secuestros, donde el fanatismo racial y religioso cobró vidas inocentes.
Acto seguido, Israel invade Gaza en busca de las cabezas que organizaron el ataque. Para ello atacan primero el norte del enclave palestino y luego el sur, matando más de 40 mil civiles y milicianos del grupo terrorista. No se detienen en bombardear hospitales (donde presuntamente se ocultan los de Hamas), escuelas y edificios públicos. Las escenas de terror en Gaza con niños mutilados y mujeres heridas sólo se compara con la barbarie del ataque de los guerrilleros en un concierto dedicado a la paz. Jóvenes que bailaban y cantaban fueron sacrificados sin piedad desde paragliders motorizados, desde camionetas artilladas.
La guerra sigue y es probable que hoy Israel responda al último ataque de Irán, cuando envió unos 300 misiles balísticos. Un ataque repelido por lo que llaman el domo antiaéreo. Benjamín Netanyahu, el más violento y descarnado líder que ha tenido Israel, prometió respuesta y podría atacar instalaciones petroleras de Irán para doblegar su economía. Por lo pronto ha cargado con las vidas de los líderes de Hezbollah, ubicados al sur de Líbano. Una fuerza que se creía poderosa amenaza para Israel y que no lo fue.
Los palestinos en Gaza recuerdan un modo de vida que dejó de existir después de esa fecha. El mundo debatió y debate el papel de cada pueblo en la guerra. Las universidades norteamericanas se manifestaron en contra del inhumano ataque de Israel a los civiles de Gaza, los judios norteamericanos presionaron a la universidad de Columbia, a Harvard y a otras instituciones sobre la pertinencia de sus apoyos. La guerra divide al mundo y de paso parece olvidar la invasión de Rusia a Ucrania.
Mientras eso sucede en Medio Oriente, en Guanajuato vivimos otra barbarie; la mayor que hayamos tenido en un siglo. A diez días del comienzo del nuevo sexenio, el número de víctimas por homicidio doloso sube a 148. Pensábamos que el tiempo entre la elección de junio y la toma de protesta serviría para que el nuevo equipo de Libia García tuviera un plan y medidas de arranque tan sólidas que iniciaran la pacificación. Retenes, búsqueda de armas, patrullaje en zonas de crisis como Celaya y el uso de la inteligencia que seguramente tienen en la Fiscalía General, ayudarían a un mejor comienzo. No sucedió.
Sinaloa, con todo y su guerra entre la “chapiza” y los “mayitos”, acumula la mitad de homicidios que nuestro estado. Por eso la presidenta Claudia Sheinbaum puso en primer lugar a Guanajuato. Tampoco Omar García Harfuch tuvo algo en la agenda para frenar la violencia en nuestro estado. Porque Guanajuato no es otro país ni otra demarcación política por ser gobernado por la oposición.
Cualquier reparto de culpas es inútil. Durante seis años la presidencia mañanera acusó al fiscal Carlos Zamarripa del problema. Sin embargo, sólo hubo dos responsables de la tragedia de barbarie que vivimos: Andrés Manuel López Obrador y Diego Sinhue Rodríguez. Toca a la presidenta Claudia y a la gobernadora Libia dar mejores resultados.