Toda elección tiene consecuencias, pero en pocas están en riesgo la democracia y la decencia. Ese es el caso en la elección presidencial que está en curso en Estados Unidos y que culmina el martes. 

Cuando vemos a Liz Cheney, ex senadora republicana e hija de Dick Cheney, quien fuera vicepresidente de George W. Bush, hacer campaña a favor de Kamala Harris, o a Barbara Bush, su hija mayor, yendo de puerta en puerta en Pensilvania para apoyar a la demócrata, confirmamos que ésta no es una elección de derecha o izquierda, de conservadores o liberales, es una en la que contrincantes ideológicos se unen para cerrarle la puerta al fascismo, que amenaza al país más poderoso del mundo.

John Kelly, quien fuera el chief of Staff de Trump, ha alertado sobre la inclinación fascista del candidato republicano, el general Mark Milley (Chairman Joint Chiefs of Staff), John Bolton (National Security Advisor), Rex Tillerson y Mike Pompeo (secretarios de Estado), son parte del numeroso grupo de generales, almirantes, diplomáticos y estrategas de seguridad republicanos que trabajaron en la primera administración de Trump, y que hoy señalan que éste miente, carece de un conocimiento básico del mundo, y es una amenaza para la democracia.

A pesar de ello, las encuestas están empatadas. En parte, se explica por razones de género. Como dijo Michelle Obama, a ambos candidatos se les mide con escalas diferentes. De Harris se exige perfección, congruencia y profundidad, a Trump se le condonan comentarios absurdos, racismo, misoginia, ignorancia, y momentos seniles como los que descarrilaron a Biden. Muchos no votarán por Harris por su género, no por su raza.

Pero quizá los temas de género salvarán a esa nación y, potencialmente, al mundo. El que los tres ministros conservadores nominados a la Suprema Corte por Trump dieran los votos para revertir Roe vs. Wade (la ley que garantizaba el derecho al aborto a nivel federal) ha movilizado a las mujeres, y particularmente a las jóvenes, eso les ha dado a los demócratas victorias en elecciones locales, incluso en bastiones republicanos como Kansas.

En el bando opuesto, también hay consideraciones de género. A favor de Trump están los hombres jóvenes sin educación universitaria. Éstos han sido abandonados por un Partido Demócrata que defiende el derecho de la mujeres “a decidir sobre su cuerpo”, que lucha por derechos de la población LGBT, pero que simultáneamente critica a la “masculinidad tóxica”, cuando esos jóvenes enfrentan una crisis sin precedente. Estos no se reintegraron socialmente después de la pandemia, padecen de adicciones y obesidad, están marginados del mercado laboral, y son incapaces de asumir el rol de paternidad, o como jefes de familia, que la sociedad relaciona con masculinidad. Mientras tanto, la graduación universitaria entre mujeres crece, al igual que su acceso a posiciones ejecutivas y su presencia en carreras como medicina o derecho, antes dominadas por hombres.

60% de los hombres entre 18 y 24 años viven con su padres (en una sociedad donde a esa edad salen de casa quienes van a la universidad), uno de cinco sigue ahí a los 30, pues no tienen el ingreso para hacerse de vivienda, y más de 400 mil se han quitado la vida ante la falta de perspectivas, esa cifra excede a los jóvenes estadounidenses que murieron en la Segunda Guerra Mundial. En parte, culpan a los migrantes, dispuestos a trabajar por menos paga, y a la pérdida de trabajos en fábricas que han salido a lugares como México. Trump les da esperanza.

Sin embargo, es mucho más probable que sean las mujeres jóvenes las que se movilicen y voten. Según Matthew Dowd, quien fuera estratega de la campañas de Bush Jr., esta elección se parece más a la de 2012, donde las encuestas subestimaron las preferencias demócratas en Pensilvania, Wisconsin y Michigan. Pero, además, nunca hemos visto a las jóvenes tan motivadas y movilizadas.

La elección sigue siendo un volado, pero me atrevo a creer que será Harris quien gane, y serán las mujeres quienes le habrán puesto un alto al fascismo. Ojalá. De ser así, Trump y sus seguidores no aceptarán el resultado. Ya habrá tiempo para hablar de eso.

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