Esta semana amanecemos con otro país, distinto al proyectado durante la etapa del ascenso democrático (2000-2018), durante el respeto a la pluralidad como forma de vida política. El argumento de Morena es que fue una decisión tomada por la mayoría en las urnas. 

El nuevo modelo se parece mucho al del Siglo XX, al de “ni los veo ni los oigo”, al del carro completo o el robo electoral de Manuel Bartlett. El cambio puede durar poco porque está diseñado en el populismo asistencialista ilimitado. Al consolidarse, el país también tendrá un destino distinto. No será como el de Venezuela, Cuba o Nicaragua, donde ni siquiera existe el respeto al voto. Será algo más parecido a los últimos años de Argentina, un país que agotó el modelo peronista, por eso fue el ascenso de Javier Milei, un radical libertario. 

En Argentina la intervención del estado creció ante cualquier problema, ante cualquier reto. La solución siempre estaba en la intervención del gobierno para cumplir deseos de gremios, sindicatos, empresarios y la misma burocracia. Eso llevó al país a la hiperinflación porque la medicina era imprimir dinero. El Banco Central no tenía la autonomía que tiene, por ejemplo, el Banco de México. 

En un breve periodo la derecha moderada de Mauricio Macri (2015-2019) quiso enderezar el barco, pero lo hizo pidiendo prestado al Fondo Monetario, lo intentó emitiendo deuda. No hubo un cambio en el ritmo de gasto público, ni la desincorporación de empresas de gobierno como la del petróleo o las Líneas Aéreas Argentinas. Era imposible cambiar el rumbo populista sin atajar las causas del excesivo gasto público instaurado por Ernesto y Cristina Kirchner. 

Con la destrucción de la autonomía de instituciones y la política de control centralizado de todos los recursos, Morena se convierte en el nuevo PRI. Un partido que podrá gobernar sin límites gracias a la ingeniería social con el reparto de buena parte del presupuesto en proyectos asistenciales.

Pero hay una gran diferencia entre el país de los setentas, el de Luis Echeverría y José López Portillo con el del gobierno de Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum: la información incontrolable de las redes sociales, la modernidad tecnológica que impide un control político absoluto y la intervención anunciada de Estados Unidos en la política interna.

La limitante del modelo nacional populista está integrada en su escaso potencial para lograr el crecimiento del país y la estabilidad económica futura. El impacto benéfico de los programas sociales se irá asimilando como derechos adquiridos inalienables. Al PRI le pasó con el reparto de tierras, llegó el momento en que todas las parcelas se habían entregado. El PRI perdió la elección del 2000, no por lo que sucedió ese año sino por la terrible crisis financiera de 1994-95. 

De todos los organismos autónomos, quedó vivo el Banco de México, el más importante. Argentina reventó porque su banco central dependía de lo que le ordenara imprimir el populista en turno. El Banxico es el último bastión de la racionalidad. Si mañana la “supermayoría” artificial de Morena en el Congreso decide integrarlo a la Secretaría de Hacienda, en ese momento inicia la debacle. 

México, sin grado de inversión, sin apetito de los mercados por sus bonos, sin fondos para enfrentar los compromisos sociales, sin interés de los inversionistas nacionales y extranjeros, llegaría mucho más rápido al desastre que Argentina. Esperemos, al menos, conservar la democracia como lo hicieron los gauchos. 

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