“La felicidad no es el fin, sino el medio de la vida”
Paul Claudel
La conversión más famosa en la catedral de Notre Dame fue la del poeta y dramaturgo Paul Claudel. A sus 18 años, el escritor de la trascendencia y el catolicismo ferviente, encontró su destino. En la misma iglesia está el lugar preciso en que fue iluminado cuando cantaban el Magnificat en la misa de Navidad en 1886.
Muchos conversos encuentran momentos de luz, señales divinas, milagros sanatorios o la felicidad de tener certidumbre sobre la divinidad cristiana y, en este caso, católica. Claudel la encontró en la belleza de la forma arquitectónica de la catedral de Nuestra Señora y la espiritualidad de un coro que reza a la Virgen. Los rosetones vidriados y de formas religiosas coloridas debieron tener su parte en el arrebato místico.
La restauración de Notre Dame fue algo más que un trabajo racional, programado y gobernado por ordenadores, planos e ingeniería de proyectos, fue una labor de generosidad y amor. La catedral había sufrido un incendio devastador en 2019, una pérdida que hizo reconocer y recordar a los parisinos y franceses su valor. Un accidente doloroso llenó de fuego la nave principal, destruyendo o dañando sus bóvedas cruzadas, sus imágenes religiosas y sus capillas laterales; dañados los contrafuertes y la “flecha” -o aguja- derrumbada.
Había que recuperar el monumento y, no sólo eso, sino restaurarlo. El resultado fue presentado el sábado en una celebración histórica a cinco años del incendio. Incansables las cámaras, nos mostraron la belleza recuperada de la construcción gótica, de sus rosetones, de sus columnas y de sus sobrios mosaicos. Sobre todo de su espíritu. Emmanuel Macron, acompañado de Donald Trump y personajes de la realeza y representantes de la Iglesia, envió un mensaje memorable. El representante de la República, del estado secular por antonomasia, había celebrado antes que sus compatriotas artesanos, sus expertos restauradores, hubieran “convertido el carbón en arte”.
Porque la catedral parisina no pertenece sólo a los franceses sino a los millones que la visitan y admiran cada año para reconocer la historia desde muchos ángulos: la fe, la arquitectura gótica con su majestuosidad exterior e interior; el simbolismo de casi ocho siglos de vida con eventos que nos enseñaron el poder de la cultura francesa con un Napoleón coronándose emperador frente al Papa Pío VII, quien lo mira, más como espectador que como oficiante.
Serán ríos de visitantes quienes quieran ir a la “Ciudad Luz” para disfrutar de nuevo un poco de la sensación que tuvo Claudel de encontrar, no una celebración dentro de una gran iglesia, sino el sentido de vida que lo marcaría hasta su muerte.
Quienes vieron la celebración tuvieron opiniones distintas en las redes sociales: hubo quien criticara los 846 millones de euros donados para la restauración, otros observaron que las cosas no han cambiado mucho en las ideas conservadoras de los franceses, pues quienes disfrutaron de un lugar en la celebración fueron prósperos donantes como Bernard Arnault, el hombre más rico de Europa o Elon Musk, el más rico del mundo. En la concurrencia predominaban los descendientes de galos blancos.
Otros pensamos que Notre Dame jamás podrá tener un precio (es infinito) porque es la materialización del espíritu y la historia de una nación y parte de la cultura occidental. Quienes restauraron y donaron (desde 150 países) merecen admiración y reconocimiento. A nosotros nos queda disfrutar el espectáculo de luz, belleza y carbón convertido en arte, porque bien dice Claudel, “la felicidad es el medio de la vida”.