Aún recuerdo con demasiada nitidez aquella calurosa noche de abril del 2018 cuando fui por primera vez a un estadio de beisbol.
Yo, con apenas 14 años de edad, me fasciné por completo de un juego donde la armonía en las tribunas emanaba un sentimiento de alegría y paz por el simple hecho de estar presenciando la labor de nueve hombres sobre un campo en forma de diamante.
Te mentiría, estimado lector, si te digo que recuerdo a la perfección el marcador de aquel cotejo entre Leones de Yucatán y Bravos de León en donde las explicaciones de mi señor padre me hicieron entender, poco a poco, las reglas de este peculiar juego.
Pero lo que sí puedo decirte con certeza es que, desde ese momento, el beisbol se entrometió en mi vida como aquel intenso amor que te sacude por las noches en momentos de insomnio siendo la causa del mismo.
Una vez que observas cómo una pelota de 108 costuras es capaz de elevarse en el cielo, cuánta estrella fugaz lo hace en una noche inolvidable, te enamoras por completo de este maravilloso deporte.
Y es que una vez que entra en tu vida, se convierte en una enfermedad eterna que es capaz de dejarte enseñanzas invaluables que bien pueden ponerse en práctica durante la vida diaria.
Porque, así como en la vida, el beisbol no conoce medias tintas: o tocas fondo con un cruel hundimiento en lo más bajo, o te catapulta hacia la gloria con un matiz de belleza impresionante.
La vida puede ser tan maravillosa como un Grand Slam del equipo local en la novena entrada del séptimo juego de una Serie Mundial.
La vida puede ser tan cruel como un Grand Slam en contra del pitcher visitante en la novena entrada del séptimo juego de una Serie Mundial.
Quizás esté en tela de juicio que sea el verdadero Rey de los Deportes, pero no me dejarán mentir todos los aficionados de este lindo deporte que, al menos, es el rey de emociones en cada uno de nosotros.
Es imposible no enamorarte de él cuando eres testigo de una atrapada enorme en los jardines cuando el grito de jonrón era más que inminente.
Es imposible no enamorarte de él cuando eres testigo de un juego perfecto.
Es imposible no enamorarte de él cuando eres testigo de cómo tres generaciones asisten a un Parque de Pelota para recordar aquellos bellos momentos en los que cada uno aprendió lo que es amar un simple juego de pelota.
Es imposible no enamorarte de él cuando te enseña que no existen imposibles y puedes alcanzar la gloria, tal y como lo hizo México en el Clásico Mundial de Beisbol y, más recientemente, en los Juegos Centroamericanos y del Caribe.
Es imposible no enamorarte de él cuando te enseña tanto sobre la vida.
Es imposible no enamorarte de él cuando es el escaparate perfecto para olvidar los problemas de la vida diaria.
Es imposible no ser romántico con el beisbol.
Es imposible no amar al beisbol.
Bendita “Doña Blanca”.
Bendito el día en que te conocí.
Bendito el día en el que mi padre me llevó al Domingo Santana.
Bendito el día en el que observé el HR Derby del 2018.
Bendito el día en el que lloré después de ver eliminado a mi equipo en primera fila tras perder un juego de comodín ante Guerreros de Oaxaca.
Bendito el día en el que la noche cayó sobre la ciudad y, después de aquella amarga eliminación, el trayecto se aminoró con la intensa voz de Steve Perry en “Faithfully” de Journey.
Bendito el día en el que mi amor por este deporte se acrecentó con toda una pelota firmada por un sinfín de jugadores de los Bravos.
Bendito el día en el que nació esta columna.
Y simplemente…
Bendito beisbol.
-El Dugout del Gabo.