Cada lunes Ricardo Anaya aparece en Youtube y en redes sociales con su comentario sobre el gobierno de López Obrador. Desde algún lugar desconocido en Estados Unidos, se acerca a sus leales seguidores para mantener la flama viva de su popularidad. Con la claridad de un buen maestro de preparatoria, muestra todo lo que va mal en el País. Resuena la frase que dijo en el debate: “El problema, Andrés Manuel, no es tu edad, sino que tus ideas son muy viejas”.
Como un pájaro enjaulado, no puede ir y venir por el País. Lo hizo a principios de sexenio, cuando imitaba lo que AMLO hacía cuando era candidato itinerante desde 2006, después de perder la elección con Felipe Calderón. Ricardo se topó con la mano poderosa del nuevo “sistema” que usó a Emilio Lozoya para acusarlo de delitos que seguramente no cometió.
Si regresa a México, y por órdenes del supremo, lo detienen y lo meten a la cárcel, como lo hicieron con Rosario Robles, su carrera política hacia la Presidencia terminaría. Es un exiliado político, perseguido porque lo detesta el Presidente.
Anaya encabezaba las encuestas entre los precandidatos de la oposición. Dominaba la cancha del PAN, al menos hasta antes de su partida. Pasa el tiempo y su nombre aparece cada día menos en los comentarios y no hay una base visible que lo apoye para detener el castigo ilegal que amenaza su libertad y sus derechos políticos.
Si tuviera el liderazgo necesario, estaría organizando a miles o a cientos de miles de seguidores para presionar al gobierno. Hasta hoy no vemos alguna manifestación a su favor, tampoco pancartas y los columnistas políticos se han olvidado de él. Había una canción que decía: “la distancia es como el viento, apaga aquellos amores pequeños, los grandes los enciende”.
Para mantener la llama encendida, Anaya tiene que hacer muchas cosas más que salir cada lunes desde su jaula extranjera con un discurso previsible contra AMLO. Con un buen grupo de apoyo legal echaría abajo la falsa acusación de Lozoya que ha quedado sin sustento después de que el ex director de Pemex no pudo comprobar el origen y destino del dinero que presuntamente le envió como moche por la reforma energética.
Tampoco hemos visto entrevistas o su participación en foros remotos con líderes de opinión. Su presencia es marginal. Si está trabajando en sigilo sobre una estrategia para regresar; si tiene un equipo de seguidores construyendo el andamiaje de su posible campaña, no lo sabemos. Habría que indagar.
Anaya es un tipo preparado e inteligente. Tiene muchas tablas para debatir aunque a veces muestra demasiado enojo. La sonrisa le es más difícil que el ceño molesto; las propuestas concretas son más bien escasas, y aunque publicó un libro sobre su visión de México, no ha tenido la difusión de un bestseller.
¿Qué piensan Marko Cortés y la cúpula del PAN? Seguro que al presidente de Acción Nacional, quien sueña ser candidato, le viene bien la jaula y el exilio de Anaya. Si regresara sin cargos penales, Cortés jamás le ganaría una elección interna o una externa con los demás partidos de la oposición.
En Nicaragua, Daniel Ortega, el dictador, metió a la cárcel a todos los opositores, en un hecho que pinta bien a las repúblicas bananeras. Aquí no hay mucha diferencia. Al principal contrincante de Morena lo sacan de la jugada con una ‘chicana’ jurídica, con una acusación blandengue. Lo peor, nadie dice nada: ni su partido, ni sus seguidores, ni la oposición en su conjunto.