La visita del presidente López Obrador a Joe Biden fue tersa. Trataron temas comunes, sonrieron y en ningún momento de los que vimos hubo discrepancias significativas. El Presidente pidió a Biden audacia para resolver los problemas migratorios con permisos de empleo temporal para mexicanos y centroamericanos.
Un acuerdo sería de ganar, de conveniencia mutua para el mercado laboral apretado de Estados Unidos y la aspiración de cientos de miles de mexicanos que ayudarían con su esfuerzo por mejorar su condición de vida. Biden pidió paciencia, algo muy político para alguien a quien sus colegas demócratas no quieren reelegir por lo que implica su edad.
En el trasfondo de la negativa de Estados Unidos para recibir mexicanos para cubrir las vacantes que tienen están los conservadores del Partido Republicano. Conservadores con tendencias xenofóbicas. Cualquier apertura de fronteras para una mayor movilidad laboral, sería veneno puro en las urnas para los demócratas. Así que, petición recibida, respuesta indefinida.
Lo mejor de la reunión es que no estuvo en agenda la negativa del Presidente a participar en la Cumbre Latinoamericana de Los Ángeles. Tal vez López Obrador comience a pensar ya en la finitud de su mandato. Puede decir cosas sin sentido como quitar la Estatua de la Libertad porque van a encarcelar al chivato Julian Assange, puede decir casi lo que quiera pero actualmente sus palabras apenas pesa un tercio de lo que pesaban hace cuatro años.
Es probable que el Departamento de Estado tome más en cuenta las palabras de Marcelo Ebrard, quien se conduce con razonable sobriedad y no mete en problemas a su jefe. El Canciller mide cada palabra porque tiene a la vista la candidatura presidencial. Lo único que debe hacer es no equivocarse frente a López Obrador y enviar señales claras de armonía política futura.
Más pronto de lo que imaginan los seguidores de la 4T, el poder cambiará de manos. Los seguidores y propagandistas del sistema dejarán de serlo. Las mañaneras terminarán y Epigmenio Ibarra no será el vocero extraoficial de la Presidencia. Muerto el sexenio dirán viva el nuevo sexenio.
Dentro de un año el caldero político en Morena va a convertirse en una olla de presión. Si hoy Ricardo Monreal hace rap de campaña es porque no quiere quedarse atrás. Ni siquiera tiene el menor empacho en violar las leyes electorales. Si sus contrincantes lo hacen en mítines abiertos, el líder del Senado no puede quedar atrás.
Luego viene la oposición. Aunque parezca que está derrotada, puede surgir un movimiento grande si la economía cae, sigue la inflación y la violencia no cede. El País está dividido entre quienes quieren al Presidente y quienes lo detestan. No hay medias tintas.
Tomando un poco de distancia para enfocar con claridad la realidad tendremos más calma. Atrás quedó la pasión, el enojo y la desesperanza de cuando destruyeron el aeropuerto de Texcoco. Nos da gusto que la reforma eléctrica no tuviera mayoría en el Congreso. También que haya amparos que defiendan el sistema de mercado y competencia abierta que la secretaria Rocío Nahle quería apachurrar con decretos que violan la Constitución.
Vemos la otra orilla, la de un futuro más racional. Ricardo Monreal llama a la “reconciliación”, quiere decir que no está de acuerdo con la confrontación. Es un claro desafío al estilo personal de AMLO y su 4T. Por eso podemos decir con certeza que todo pasará.