Hay números aterradores para Cuba. Uno de ellos es el precio de la gasolina subsidiada por el gobierno. Mientras en México un litro vale 22 pesos (ya subsidiada), en la isla se vende por 5 pesos, 30 pesos cubanos, algo insostenible.
Las distorsiones económicas saltan a la vista en cualquier transacción: un viaje en taxi oficial propiedad del gobierno pero operado por un particular cuesta por lo menos 2 o 3 veces lo que se paga por una símil de “Uber” caribeño. El ingenio ante la escasez hace que los cubanos con un auto particular tengan una red de servicio en WhatsApp. Tan fácil como llamar a un grupo agremiado para pedir un viaje y en pocos minutos aparece un atento habanero con un viejo Fiat o un Lada ruso del año de la canica. El WhatsApp se convierte, como en todo el mundo, en una herramienta formidable para el comercio.
Lo mismo sucede con todos los servicios y restaurantes propiedad del gobierno como la afamada “Bodeguita del Medio” donde venden mojitos en serie. Si la dulce bebida se paga con moneda local, cuesta el equivalente de 33 pesos mexicanos, si alguien paga con tarjeta de crédito el precio se eleva a 8 dólares o unos 160 pesos.
El tipo de cambio oficial es de 25 pesos por dólar pero en el mercado negro se consiguen 120 pesos por dólar o euro. Las deformaciones no paran ahí: los restaurantes particulares toman el dólar desde 90 hasta 120 pesos. Pero eso no es problema. En tres minutos se puede encontrar a un “cambista”, de los que hay docenas y están en todas partes. Presuntamente el mercado negro de cambios está prohibido pero el país sólo puede funcionar con su ayuda. Al final la moneda fuerte tiene que llegar a las arcas públicas.
Hay mercado negro de todo, desde las coca colas importadas de México o las partes de automóvil que no se encuentran en ningún lado. Hay importadores hormiga que hacen el trabajo. El más doloroso tráfico es el de las medicinas que escasean o tardan mucho en surtir desde los hospitales, según cuenta alguien que necesita suplementos especiales para enfermedades crónicas de su mamá.
A medida que la crisis de divisas se profundiza, crece la inflación, algo que el comunismo siempre atribuyó a la decadencia de los mercados capitalistas. Antes, el terror del castigo y la represión obligaban a los ciudadanos a guardar ciertas formas, pero la escasez de todo hace que los lazos que amarraban los dictados centrales aflojen la tensión. Con apagones de hasta 12 horas, largas filas para poner gasolina y hasta 3 días de espera en cola por carga de diésel, quienes mandan saben que jalar más la cuerda puede generar un estallido social como el de julio del 2021.
Las diferencias de ingreso crecen a medida que unos tienen oportunidad de emprender en el mercado negro, en los servicios turísticos o en empleos cercanos a las divisas extranjeras. Un técnico que trabaja para el gobierno, como la mayoría de los ciudadanos, gana 4,500 pesos cubanos al mes, el equivalente de 800 pesos mexicanos en el mercado negro. Por sus alimentos, que vienen con una tarjeta de racionamiento, sólo paga mil. Le queda el resto para todo lo demás. Puede ir en la “Guagua” por 2 pesos, prácticamente gratis y cubrir gastos oficiales subsidiados. Al final le queda el equivalente a 500 pesos mexicanos que poco ayudan.
La desigualdad aumenta día con día; lo mismo vemos propietarios de autos particulares de lujo Mercedes Benz, que gente hurgando en la basura algo qué comer -como por desgracia también sucede en México-. El ingenio de los más audaces permite tener un ingreso extra comerciando con todo, desgraciadamente también con la trata de mujeres. Lo que Fidel Castro alguna vez criticó tanto de los estadounidenses que habían convertido a Cuba en un prostíbulo, desafortunadamente se repite por el fracaso económico de la isla y el turismo sexual florece con las llamadas “jineteras” y sus abominables proxenetas.
La tolerancia gubernamental llega a todos los rincones porque sería imposible estrangular las actividades particulares y secar una fuente de dólares y euros indispensables para sobrevivir. Los burócratas, que planean todo desde el escritorio, jamás podrán encontrar una fórmula para producir ahorro y capital en un país devastado por la improductividad. (Continuará)