Después de seis décadas descolonizadas, las islas de Cuba y Singapur tienen problemas. El de Cuba es la falta de producción crónica, escasez de divisas, alimentos, electricidad (con apagones de hasta 12 horas) y medicinas. El problema de Singapur es cómo recibir una marea de dinero que viene desde todas partes del mundo a sus más de 200 bancos establecidos en el país. 

El contraste está en todas partes. Mientras el pasaporte de Singapur es el segundo más poderoso del mundo después de Japón (sus habitantes entran a 192 países sin visa), en Cuba no pueden salir sin permiso y si se los dan, necesitan divisas que no tienen. Aún así, en lo que va del año emigraron 150 mil habitantes por hambre y deseo de libertad.

Lo sorprendente es que todo Singapur cabe en la zona metropolitana de La Habana, unos 730 km2. Cuba, con una población de 11.5 millones, duplica a la de Singapur de 5.7, sin embargo apenas tiene una economía de la sexta parte. Quien pateó las inversiones extranjeras y el modelo capitalista, sufre de miseria, ruina y desesperanza. Quien acogió a empresas trasnacionales y atrajo todo tipo de inversiones, goza de un nivel de vida equiparable a los países nórdicos y a Suiza. 

Desde el principio de su gestación como nación independiente, Singapur comenzó a ahorrar y a construir. Jamás se quejó de la herencia colonial e incluso sus calles aún llevan el nombre de las reinas Isabel y Victoria. Al colonizador Stamford Raffles lo reconocen como pionero de su nación. Retomaron y modificaron a su beneficio el Common Law (Derecho Anglosajón)  y conjuntaron lo mejor de las costumbres occidentales, confucianas, mahometanas e indias.

A diferencia de las revoluciones del resentimiento, Singapur basó su desarrollo en un pragmatismo estratégico. Una de las decisiones más controvertidas fue convertir el inglés en la lengua común, oficial y de enseñanza pública. A pesar de tener un 75% de población con lenguas madres chinas (mandarín, cantonés, hokkien), unificaron todo en inglés. En la casa se enseña la lengua materna y en todo lo demás el inglés. La mayoría dominan inglés y mandarín, los idiomas de las dos potencias económicas mundiales. 

Si tienen una ideología es la de la excelencia. Un fervor obsesivo por ser los mejores en todo. Comenzaron por la mejor línea aérea del mundo, Singapore Airlines; siguieron con el puerto más eficiente, el mejor aeropuerto (Changi), la mejor educación y salud pública ejemplar. Como centro financiero comienza a desplazar a Hong Kong. 

Lejos de ser una sociedad perfecta, a Singapur le faltan avances en derechos humanos como la libertad de expresión o la eliminación de la pena de muerte y los castigos físicos con sus azotes de varas de bambú (algo que ciudadanos de otros países ven con simpatía). Lo bueno, como sociedad abierta, es que evoluciona. La semana pasada reconocieron los derechos de la comunidad LGTB, cuando eliminaron una ley que penalizaba la homosexualidad. Una norma heredada del Imperio. 

Cuba y Singapur nacieron con gobiernos autoritarios, sin embargo, Cuba nunca cambió y Singapur evoluciona con una cuarta generación al frente de un sistema parlamentario. La diferencia es abismal; la nación del sudeste asiático no sólo pertenece al primer mundo sino que fue ejemplo para el modelo de desarrollo económico de China. No sólo transformó su economía, educación, salud pública sino que rebasó en productividad y prosperidad al Reino Unido, la nación que colonizó esa pequeña isla de la mitad del tamaño del municipio de León y con reservas en sus fondos de inversión y autoridad monetaria cinco veces más grandes que las de México.

Cuba languidece en la ruina del comunismo autoritario, como cárcel que exporta médicos esclavos para ayudarse y sobrevivir. Esperemos que nuestro México aprenda lecciones de éxito y no defienda la abyección y el fracaso de dictaduras tropicales. 

Este es sólo un apunte de una historia mucho más larga y rica que contar, para bien de las nuevas generaciones.

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