Carlos Arce Macías, panista de abolengo durante más de 35 años, terminó convirtiendo su pluma en una de las pocas que critican desde dentro la actuación de la burocracia de su partido. El capitalino es duro, agudo e incansable. Al alcalde Alejandro Navarro lo contradijo en su plan de hacer un nuevo museo para las momias de Guanajuato. Desde el Observatorio Ciudadano de esa ciudad, expuso docenas de razones (o sinrazones) para detener el proyecto. 

En uso de su libertad de expresión había criticado otros métodos internos del PAN, como la designación de candidatos por dedazo, muy semejante al del viejo PRI. Propuso elecciones primarias y descalificó en varias ocasiones la capacidad de sus compañeros de partido que nos gobiernan. 

El abogado es una pesadilla para quienes no lo toleran, para quienes no saben ni quieren debatir. Como se dice, no tiene pelos en la lengua ni filtros para escribir lo que le place. Tampoco tiene miedo y disfruta la discusión política como pocos. Es duro pero no maleducado, es cáustico pero no trivial. 

Hartos de sus críticas en contra de Navarro, los dirigentes del PAN lo echaron del partido por “deslealtad”. Arce Macías cree que más que un castigo por desleal lo quieren sacar del blanquiazul porque no se somete, porque no es abyecto como la mayoría de quienes pululan a su alrededor para obtener los beneficios del poder. 

Los dirigentes de Acción Nacional están equivocados al acusar de desleal al panista porque nunca traicionó los principios del partido; tampoco transó con otras fuerzas políticas y nunca apoyó a candidatos adversarios. Si lo quieren echar por testarudo, insoportable para el Ayuntamiento de Guanajuato, si la molestia es que es duro y dialéctico, podrían tener razón, sin embargo eso jamás será motivo para correrlo, por el contrario, la democracia interna de cualquier partido amerita voces encontradas y disidentes que enriquezcan y pluralicen. 

El PAN equivoca la mira. Tomemos un ejemplo: los principios del partido no permiten que uno de sus miembros apoye a un adversario en las elecciones en contra de sus candidatos. Juan Manuel Oliva apoyó al candidato del PRI, Adrián de la Garza para gobernador de Nuevo León, en contra de Fernando Larrazabal de Acción Nacional. Esa traición al blanquiazul, que lo había hecho senador y gobernador, que le dio riqueza, sería suficiente bajo las normas del partido para que lo sancionaran con la expulsión. Nada pasó. Al exgobernador lo ven como un activo porque sabe “operar” elecciones sin importar lealtades o el cumplimiento de las normas institucionales. 

El PAN puede esperar que Arce Macías les de la batalla en tribunales y hay muchas posibilidades de que gane, porque la crítica interna y el disenso jamás serán motivo de expulsión. En un partido no pueden decir los dirigentes: “este no me agrada, que se vaya”. No es una empresa privada.

Si por alguna circunstancia lograran su cometido, el abogado no se esfuma del escenario, por el contrario, ampliará su voz de crítico ahora como víctima de la inquisición blanquiazul. 

El PAN comienza a parecerse mucho al PRI de antes pero sin el talento para sumar y la habilidad para desvanecer diferencias, negociar posiciones y ampliar su campo de influencia. A Carlos Arce poco le importa un puesto en su partido o uno de elección popular, lo que quiere es pelear por lo que piensa. Es un artista del debate que poco perdería con la expulsión. Ahora le dan una nueva causa, una nueva oportunidad de pelear. 

 

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