Detrás de la guerra en Ucrania hay millones de espectadores que ven la tragedia humana como lo hacían los romanos hace veinte siglos. La diferencia son los medios. El foro y el circo ahora son las redes sociales, en particular Telegram y Twitter. 

Los rusos no pueden entrar a Google, YouTube, Facebook o Instagram porque son canales censurados, pero usan Telegram para seguir los pormenores de la invasión a Ucrania. Twitter es el medio preferido de los ucranianos. Con tan solo poner el nombre del país, aparecen cientos de videos con los avances de la guerra. 

La última incursión relámpago del ejército ucraniano en terrenos dominados por Rusia desde el principio de la guerra, conlleva imágenes de soldados rusos muertos, heridos o sometidos. 

Después del castigo inmisericorde de Putin sobre la población civil de Ucrania, el avance de los ucranianos y la estampida de los rusos, ayudó a cambiar la dirección del conflicto que lleva más de 6 meses. Exultantes, los débiles exhiben al ruso Goliat derrotado, ensangrentado y humillado a los pies de David.

Cerca de los escenarios de batalla hay cronistas individuales que comentan casi al minuto lo que sucede, siempre con el sesgo de su origen. Como en un estadio, aplauden, insultan y gritan a los ejércitos sobre lo que deben hacer. La deshumanización está presente. Soldados que mueren dentro de un tanque incendiado, otros eliminados con granadas lanzadas desde un dron; algunos más calcinados vivos por los misiles enemigos. 

Los periodistas de las agencias y los medios más grandes como la AP, Reuters, AFP y CNN van detrás de la avanzada de bloggers. En muchas ocasiones la tarea de los periodistas profesionales es corroborar los datos. Ningún espectador puede verificar por sí mismo si el tanque ruso destrozado es de la última batalla en el Donbás o el fracasado intento de llegar a Kiev al principio de la incursión. 

El delirio de poder de Vladimir Putin, convertido en dolor, destrucción y muerte para los dos pueblos no debe transmitirse como un encuentro de gladiadores en pleno Siglo XXI. No sabemos con precisión cuántos ucranianos han caído ni cuántos fueron heridos. Por los servicios de inteligencia británicos (de los más acertados), se estima que Rusia perdió 80 mil soldados entre fallecidos y heridos que quedaron fuera de combate. Una cantidad que jamás algún general ruso o el mismo Putin hubiera soñado en su peor pesadilla. 

Las batallas ganadas por Ucrania dan un giro nuevo a la voz de los espectadores rusos quienes por primera ocasión admiten que las cosas van mal. Aunque el ejército ruso lo niegue, la constante remoción de sus comandantes muestra que se metieron donde nunca debieron hacerlo. El mundo creía que Rusia se comería a su vecino de un zarpazo. No fue así. Hay un factor importante: sus soldados no quieren la guerra porque no representa un ideal, una defensa de su soberanía. Por más patriotas que sean, comprenden que poco o nada tienen que hacer ahí. 

La otra diferencia es el apoyo decidido en armas e información de inteligencia que brinda occidente, en particular Estados Unidos e Inglaterra. Un hindú británico muy informado de la guerra comentaba en redes que el camino se estaba cerrando para Putin. Sus camaradas tendrían que echarlo o eliminarlo para detener la destrucción económica y muerte que provocó a su nación. 

 

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