Podemos considerar el domingo 25 de septiembre como el día más álgido en lo que va del siglo. El miércoles Vladimir Putin lanzó una amenaza nuclear a Ucrania y a Occidente.
“Si alguien atenta contra la patria (motherland), usaremos todas las armas a nuestra disposición para defenderla”. El problema es que el tirano toma en cuenta como territorio ruso los pueblos invadidos del este y el sur en Donbass y Jersón, entre otros. A punta de fusil realiza una elección espuria para que sus habitantes se digan rusos y de pasada los reclutan a la fuerza para entrar a la guerra en contra de su propia nación.
La respuesta de ayer del asesor de Seguridad Nacional estadounidense, Jake Sullivan, fue contundente. Dijo en la televisión que Rusia estaba avisada: “Cualquier arma no convencional que usen, sería de catastróficas consecuencias”. En conversaciones privadas, advirtieron a los rusos cuál sería la respuesta de Europa y Estados Unidos si Putin se atreviera a usar armas nucleares.
Agotados los primeros contingentes rusos, humillado su ejército en las últimas semanas, ahora Putin quiere reclutar a 300 mil ciudadanos para sumarse a la guerra. La respuesta de la población ha sido de rechazo. Huyen de Rusia los que pueden y pueblos enteros rechazan el enlistamiento. En 7 meses, la segunda potencia mundial perdió 80 mil efectivos. Además no han podido rotar a sus batallones porque no tienen soldados suficientes.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Rusia pudo hacer frente a Hitler porque habían sido invadidos. Tan sólo recordar la historia del asedio a Leningrado muestra la resistencia y el coraje de millones de ciudadanos que estuvieron dispuestos a comer ratas antes que claudicar. En 1812, Napoleón fracasó con un ejército de 600 mil hombres cuando quiso conquistar Moscú. El genio militar del mariscal de campo Mijail Kutúzov lo hizo fracasar cuando toda la población moscovita abandonó la ciudad mientras los franceses ya no tenían pueblo a quien dominar. Napoleón perdió y sobrevivió de milagro el invierno.
Ahora los ciudadanos rusos no tienen nada que defender, ni orgullo alguno de ser los agresores, los criminales de guerra. Les importa poco que Ucrania sea un país independiente y saben que, con la invasión, se convierten en los parias del mundo. Por eso huyen despavoridos y reclaman en público el alistamiento forzado. Una madre decía: “¿por qué le voy a dar a Putin mis hijos?, ¿por qué tienen que morir? Otros cantaban en las calles: “Putin a la trinchera”.
Mientras el líder ruso vive como zar e inaugura parques de esparcimiento, el presidente Volodímir Zelensky visita a sus tropas en el frente de batalla. Ucrania ha perdido lo indecible: más de cien mil hombres en combate, miles de ciudadanos asesinados por misiles o por criminales de guerra en las ciudades capturadas. Qué decir de su infraestructura. Cuando termine la guerra (que algún día pasará), tendrá que reconstruir todo.
Pero los ucranianos están dispuestos a dar la vida por su independencia y dignidad.
Una esperanza moderada de Occidente es la reacción casi unánime de los rusos ante el reclutamiento de más carne de cañón. Estados Unidos perdió 53 mil soldados en Vietnam durante una década. La catástrofe del error de Putin le puede costar cientos de miles si la guerra se prolonga. Para que Putin no cometa el error de un ataque nuclear, se necesita la fortaleza de la OTAN y en particular de EU frente a una amenaza que no se había hecho nunca desde la crisis de los misiles de Cuba en 1962. Vivimos un momento de suma gravedad.