Durante meses se había planeado la presentación de la Octava Sinfonía de Gustav Mahler en el 50 aniversario del Festival Cervantino. Roberto Beltrán-Zavala, director de la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato, se había echado a cuestas la organización de una obra extraordinaria: interpretar la Octava Sinfonía de Mahler. 

El reto era formidable. Cuando Mahler compuso la sinfonía, tuvo el éxito del hombre que llega a la plenitud artística. A la obra la llaman la de “los mil” porque en una interpretación participaron más de mil músicos, entre concertistas, cantantes  y coros. En Guanajuato había que extender la propia sinfónica y reunir a tres coros del estado, de niñas y niños, jóvenes y adultos, además de sopranos, mezzosopranos, tenor, barítono y bajo-barítono. 

Todo un reto.

Para comprender y disfrutar la música de Mahler es necesario un viaje perpetuo a sus obras. Benjamin Zander, director de la Orquesta Filarmónica de Boston, recomendaba a una jovencita que para entender la Segunda Sinfonía, llamada “Resurrección”, la escuchara muchas veces, tantas como doscientas. Con esa tenacidad sería imposible no encontrar el valor y sentido de la obra. 

Pero el tema no es la valoración musical de algo en lo que, declaro con humildad, ser sólo un aficionado. Lo que sucedió en la obra, aparte de la música sublime que escuchamos en el Teatro Juárez el pasado domingo, es la muestra de liderazgo del maestro Roberto Beltrán. 

Para dar cabida a más de 300 intérpretes, se amplió el foro hacia la luneta y en el fondo se instalaron gradas para los coros. Apenas llevaba unos minutos la obra cuando vimos que los niños salían del escenario. El público, extrañado, no atinó a qué se debía. En ese momento el maestro Beltrán paró. Sin dudarlo un segundo, dijo a los espectadores que no podría seguir hasta que arreglaran la seguridad de los estrados donde estaban los coros. 

Acto seguido pidió paciencia porque la obra volvería a comenzar. Su tono decidido mostró el carácter de un líder. No sólo había sido el líder conductor de los esfuerzos para presentar una obra extraordinaria y sublime en Guanajuato, también había tomado la difícil decisión de parar. 

La sinfonía se reanudó después de asegurar las tarimas armadas para la ocasión. Una obra de 80 minutos pasó en lo que un crítico llama la “dicha espiritual de escuchar a Mahler en su Octava”. La traducción que podía leer el público ayudó a la traducción de los cantos. 

Un director de orquesta debe ser, ante todo, un líder. Ricardo Mutti, director de la Sinfónica de Chicago, dice que el director no produce ningún sonido pero tiene el reto de convertir a un conjunto de músicos en un solo instrumento por donde fluye su espíritu, con la interpretación del compositor. 

Roberto Beltrán, convirtió un accidente en una muestra de saber decidir ante lo inesperado. Sobre todo porque muchas personas dedicadas a la construcción del escenario y a la organización del evento habían tenido jornadas extenuantes para hacerlo realidad. Al final de la obra hay un triunfo musical en Guanajuato, algo más trascendente que los simples récord Guinness de gente brincando en un tumbling en el Zócalo de la CDMX. 

Nuestra UG invirtió tiempo, dinero y mucho esfuerzo para la presentación de la obra en el Cervantino. Lo único que extrañamos es no haberla visto en el Teatro del Bicentenario Roberto Plascencia Saldaña en León. El Juárez es bellísimo pero tiene poca capacidad. 

Una obra de tal magnitud podría, incluso, ser presentada en un parque público como la Velaria de la Feria. Esperemos una buena grabación de la TV estatal para volver a disfrutarla. ¡Bravo Maestro!

 

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