Si es difícil llegar al poder, lo es aún más desprenderse de él.
La iniciativa de ley para destruir al INE no sólo es el acaparamiento del gobierno del proceso electoral, también es un modelo viejo de concentración del poder en un partido. Con maña, la campaña dice que abaratará al organismo electoral reduciendo el número de diputados y senadores. También dice que terminarán con los diputados “plurinominales”. Algo que es falso. La pretendida reforma quiere que todos los representantes se elijan en los partidos como hoy se hace precisamente con los plurinominales.
La mecánica sería sencilla, al líder de Morena (el presidente López Obrador) le presentarían 32 listas de candidatos a diputados y senadores para que los aceptara o rechazara. Como es de imaginarse, todos los candidatos le deberían su curul al señor presidente. Hoy, Morena alcanzaría la mayoría absoluta en las legislaturas y, desde su rancho, López Obrador seguiría mandando.
La tentación totalitaria siempre pasa por la mente de los gobernantes en México. Antes soñaban con trascender en foros internacionales y seguir vigentes. Luis Echeverría quiso ser el secretario general de la ONU; Carlos Salinas de Gortari pretendía ser líder de la Organización Mundial del Comercio y hasta Vicente Fox dijo algún día que Martha Sahagún podía ser su sucesora.
Al principio del sexenio mucha gente preguntaba: ¿querrá AMLO quedarse más tiempo en Palacio? La respuesta siempre fue un rotundo NO. Pero nadie impide que, si concentra más poder con la pretendida reforma electoral, se convierta en lo que alguna vez fue Plutarco Elías Calles. El “jefe máximo”.
El problema es para la oposición y para la mayoría de los mexicanos. Si el PRI apoyara a Morena sería un reencuentro de personajes, prácticas y aspiraciones autoritarias. Habría una fusión política con la desaparición del tricolor. El PAN, el PRD y Movimiento Ciudadano, quedarían al margen de las decisiones legislativas y volverían a la insignificancia que tuvieron durante siete décadas.
Después de ver la propia encuesta del INE, donde una mayoría apoya la reducción de legisladores, la elección de consejeros y la reforma, se nos pone la piel chinita por el futuro. Con los tres poderes en la bolsa y la mayoría de los estados, Morena sería la resurrección del viejo modelo del PRI. Estaría vestido de morado pero sería la misma maquinaria electoral del partido convertido en gobierno como en los años sesenta.
Los ciudadanos estaríamos lejos de volver a participar en los procesos electorales y se extinguiría la escasa auditoría en gasto de campañas y en los fraudes electorales diseñados desde Gobernación. La democracia es un acto de empoderamiento popular auténtico, donde la mayoría elige y se respeta la participación de las minorías en la cosa pública.
Antes de que termine el año veremos si la sociedad civil puede influir lo suficiente en el PRI para que no traicione a lo mejor de sus cuadros y al país por enquistarse en el gobierno y el presupuesto.
Regresar al pasado autocrático sería peor que antes, porque probamos la alternancia, la libertad de expresión, la transparencia gubernamental y el respeto al voto. Durante el
Siglo XX no tuvimos referencia de esas conquistas. Claro que el sistema al que evolucionamos no es perfecto y puede mejorarse como todo, pero es confiable, honesto y eficaz. El país no merece que destruyamos la mejor institución que tenemos.
El regreso del PRI vestido de morado
La iniciativa de ley para destruir al INE no sólo es el acaparamiento del gobierno del proceso electoral, también es un modelo viejo de concentración del poder en un partido.