Tenemos fechas para celebrar todo, o casi todo. Festejamos a las madres, los padres, los niños, los abuelos, la Natividad, el comienzo del año, la Primavera y todo cuanto nos parece digno de recordar. Incluso tenemos un día para la muerte o la de Los Santos Difuntos. Fiestas de alegría y dolor, de recuerdo y piedad.
Hay, sin embargo, una celebración pendiente, la más grande que jamás deberíamos olvidar: la de la vida misma. En estos tiempos viene bien la gratitud para enfrentar mejor el destino. Los expertos del “mindfulness” y la autoayuda, mencionan las oraciones de gratitud como ejemplo para eliminar la ansiedad, la soledad y la tensión.
Si esa gratitud fuera universal en un “Día de la Vida”, podríamos reiterar que es el valor más importante. Es el vitalismo una filosofía enaltecida por Federico Nietzsche y racionalizada por José Ortega y Gasset. La vida -a pesar de los pesares- es una esperanza vital, perdonando la redundancia.
Celebrar a los muertos, si nos fijamos bien, es recordar a nuestros ancestros en vida. La muerte no puede ser ni reconocida ni adorada como lo hacen algunos creyentes de la “Santa Muerte”. La misma que, de existir -extraña paradoja-, tendría que estar vivita y coleando. No podemos tener muertos vivos.
Buscando en Google encontramos que sí hay un Día de la Vida -el 25 de marzo-, pero más bien se refiere a los movimientos provida que están en contra del aborto. También hay otro Día de la Vida, pero en la fantasía galáctica de Star Wars, donde los Wookies tienen una fiesta cósmica para celebrar paz y bienestar.
En casi todas las culturas se festeja el nacimiento del año, el cambio de estaciones; en particular la primavera que anuncia la resurrección de la flora y el ánimo de la fauna. Necesitamos un día de la vida que eclipse a todo, que sea uno de festejos y reflexión, sobre todo, de compromiso universal con la vida humana. En el futuro, civilizaciones más desarrolladas vendrán a luchar por la preservación de la vida animal, es decir, convertirnos en sabios vegetarianos.
Hay metas climáticas, de eliminación de la pobreza; existe la lucha por la igualdad de género y el respeto a los derechos humanos y de la niñez; pero qué tal si hubiera un día para recordar la vida de cualquier edad y en cualquier lugar porque es sagrada. Con una meta de eliminar guerras, genocidios, homicidios como razón vital de la humanidad.
A estas alturas de la civilización resulta totalmente irracional que en México hayan fallecido 137 mil personas víctimas de homicidios dolosos en lo que va del sexenio. Inimaginable el sufrimiento de nuestros hermanos ucranianos y rusos (porque todos somos hermanos de especie) en una guerra estúpida, inútil y perversa.
De paso podríamos eliminar todas las celebraciones militares, sean de presuntos triunfadores o héroes patriotas. El único triunfo es la paz, porque todo conflicto bélico es una derrota de la especie, sobre todo a la altura del conocimiento científico y social que hemos desarrollado. Qué tal si tuviéramos una meta tan clara como la establecida para reducir el deterioro climático en 2050, o eliminar la pobreza en la siguiente década del 2030. Cero muertos por guerras y homicidios debe ser el propósito humano más elevado. Comenzar por recordarlo un día al año sería mucho más importante que cualquier otra fecha.