Pudieron destruir el aeropuerto de Texcoco y el Seguro Popular; pudieron destruir o limitar los organismos autónomos que regulan la inversión en energía. Barrieron con las estancias infantiles, las escuelas de tiempo completo y desnaturalizan la Comisión Nacional de Derechos Humanos. 

Hasta que llegaron al INE. Ahí Morena se topó con una pared. Al querer llevar al árbitro electoral a sus terrenos, el presidente López Obrador cometió el mayor error político del sexenio. Primero porque quiso descalificar a la institución más respetada del país e insultó a todos quienes la defienden; segundo porque no contaba que la ciudadanía no se cree el cuento de que hay fraudes electorales o que el árbitro esté en manos de conservadores o de sus adversarios. El éxito electoral de Morena con el respeto a sus triunfos lo desmiente; tercero porque el INE es mucho más que un árbitro electoral y somos muchos quienes lo conformamos. 

La credencial de elector se convirtió en la cédula de identidad que hace tres décadas muchos gobiernos plantearon desde la Secretaría de Gobernación. Nunca prosperó porque la izquierda tenía miedo de que fuera usada para fines electorales o de intrusión a la vida privada del ciudadano. Hasta que una institución autónoma la emitió.

Ahora la “tarjeta del INE” es la base de cualquier trámite. Hace tiempo se falsificaba y había delincuentes que hacían uso indebido para escrituraciones y contratos ante notarios. Ahora el INE da el servicio a través de la certificación de la huella dactilar a notarios, instituciones de crédito para verificar en tiempo real su autenticidad. 

En el INE no sólo no hay fraudes electorales, ahora es la institución que defiende la identidad de los ciudadanos. Por eso cuando desde Palacio insultan a sus funcionarios, consejeros y a todos quienes lo defienden, suena hueco la mentira.

El éxito de la marcha en la CDMX y en muchas otras ciudades marca un punto de inflexión. Un antes y un después. Salió a las calles la clase media, esa que representa a la mayoría de la población en  la CDMX, Guadalajara, Monterrey y las ciudades grandes del país. Hubo una representación variopinta de las ideologías políticas con un solo fin: defender al INE, hacerlo “intocable”. 

El discurso del Dr. José Woldenberg fue un destilado de los valores democráticos construidos en el último cuarto de siglo. Ideas sueltas: no al centralismo, al autoritarismo ciego, al país de una sola voluntad; no a la bárbara destrucción de lo que ha costado construir a muchos millones de mexicanos; no al regreso del padrón electoral al gobierno; no a la desaparición de los institutos estatales y sus tribunales. 

El país no puede regresar al presidencialismo de antes; somos muchos más que la suma de tres o cuatro partidos de oposición. Lo vimos en los rostros de alegría, camaradería y común sentimiento patriótico de quienes marcharon. 

Sin quererlo, la intentona del gobierno de la llamada 4T de apropiarse del árbitro electoral, da pie a la unificación de los opositores, tanto partidos como ciudadanos. 

Habíamos vaticinado la derrota de quien quisiera destruir o desarmar al INE. No sabemos aún si el Presidente doblará la apuesta y seguirá insistiendo en la reforma. Podrían aconsejarle la reducción de sus pretensiones para salvar cara, aunque, a partir de hoy, será difícil que un legislador de oposición acepte cualquier cambio a la Constitución. Será interesante escuchar la respuesta en la mañanera. 

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