La marcha del pasado domingo cambió la condición política nacional. La guerra de cifras y las descalificaciones cruzadas son claros síntomas de ello. Las columnas muestran las condiciones de vencedores y vencidos. Los reportajes dan cuenta de hechos, tratando de mostrar los peores ángulos de los contendientes mediante la reducción de todo un grupo, a una persona o a una consigna. Una mujer en favor de unos, un detalle en la ropa de otros, las denostaciones para alguien o para muchos. Más allá de estos elementos episódicos que en pocos días u horas serán olvidados, preguntémonos por las repercusiones de la marcha en el futuro próximo.
Parto de un presupuesto. El número de participantes fue considerable. No sé si mayor o menor a aquellos que los bandos a favor o en contra previeron, pero sí numeroso. Este hecho nos conduce a considerar dos planos. El primero, es el que tiene que ver con los convocantes, en la percepción de un éxito que los hará migrar desde los temas estrictamente electorales hasta los que tienen que ver con la aceptación o rechazo a López Obrador. Creo que, con cautela, la convocatoria se hizo para defender al Instituto Nacional Electoral (INE) en el ámbito de la propuesta de reformas constitucionales, pero el éxito es solo el inicio de un proceso de largo plazo. Específicamente, el que tiene que ver con las elecciones del 2024. Aun cuando los convocantes evitaron que la marcha fuera, o pareciera ser, en contra del Presidente y su denominada “cuarta transformación”, la percepción de victoria los llevará a ampliar el horizonte de combate.
El segundo, es el del lado de Andrés Manuel y de sus seguidores, la marcha tendrá un sentido completamente inverso. Transitará de la apuesta por el fracaso y las descalificaciones de un movimiento anti-AMLO, a la concentración sobre sus estrictos alcances electorales. A la recuperación y reiteración de la narrativa sobre los costos del INE, los sueldos de sus funcionarios y el mantenimiento de privilegios en una institución contraria a los intereses del pueblo.
A partir de este efecto en la inversión de las condiciones discursivas prevalecientes, por una parte, los convocantes extenderán sus posiciones para confrontar al Presidente y sus actos; y, por otra parte, tanto el mandatario como sus seguidores se atrincherarán en las dimensiones electorales para minimizar los reclamos. Estaremos ante un nuevo espacio de disputas con condiciones bastante previsibles de desarrollo. Las oposiciones pasarán a la ofensiva. Considerarán que están en posibilidad de avanzar en sus críticas a los actos y a las omisiones de nuestro gobernante y sus séquitos. Los niveles de los reclamos serán mayores, más abiertos y enfocados. López Obrador y los suyos supondrán que en la reforma al INE les va el prestigio, cuando no, equivocadamente, la existencia. Es muy posible que fracasen. Que no consigan reformar la Constitución. Ello los llevará a ajustar sus campos de lucha. Finalmente tendrán que asumir lo que el propio Presidente ya sabe y que, de diversas maneras, ha estado presente en sus palabras y actos de las últimas semanas. Que la oposición a reformar al INE es una manifestación más del rechazo de la sociedad a su modo de gobernar y a sus omisiones. Es esperable que las diatribas crezcan.
Pronto veremos la extensión de los calificativos a más personas. Los conservadores y los fifís se multiplicarán por la palabra presidencial. Los chairos y los borregos, también por boca de las oposiciones. Por más que quiera ocultarse, la marcha ha sido el catalizador de un nuevo estado de cosas. Aquél que, en breves palabras, puede resumirse como una nueva fase de la disputa por el poder o, más aún, por la nación. 

@JRCossio
 

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