El maestro de matemáticas en la escuela secundaria era un jesuita que fumaba Delicados sin filtro. En la mano izquierda llevaba el cigarrillo y en la derecha la tiza con la que escribía sus ecuaciones algebraicas de segundo grado. Al final de una demostración, cruzaba los brazos después de escribir las siglas LQQD. “Esto es lo que queríamos demostrar”, decía complacido.
Sirva este recuerdo para acoplarlo a la marcha del domingo. Lo que quería demostrar el gobierno de AMLO era su superioridad popular, su potencia política y la imposibilidad de que la oposición pueda aspirar a un triunfo porque está “moralmente derrotada”. Una ecuación muy sencilla de (número de seguidores leales de la burocracia+acarreo) mayor que (ciudadanos libres en defensa del INE). No hacía falta esa demostración porque desde el principio era falsa.
En la marcha ciudadana no hubo participación de fondos públicos, ni acarreos oficiales ni burócratas obligados a pasar lista. La mayoría de las críticas en la prensa independiente están centradas en ese tema. Pero hay más. La energía y el tiempo de los miles de apoyadores pudo aprovecharse para asuntos útiles a la CDMX o a las comunidades de su procedencia.
Recupero otra imagen que viene desde Qatar. Todos los aficionados japoneses limpiaron el estadio al final del juego. No sólo las butacas que ellos usaron sino las de todos los asistentes. La lección profunda de servicio trascendió a otros hinchas de más países. Pudiera ser que -al contrario de lo que hacemos los mexicanos con gritos homofóbicos- se instaure una cultura semejante a la japonesa en otros lugares.
¿Qué hubiera pasado si en lugar de gastar decenas o centenas de millones de pesos para organizar la madre de todas las marchas, convocada por el gobierno, se hubiera realizado un movimiento nacional de servicio social en cada entidad? Si como dijo Claudia Sheinbaum fueron un millón 200 mil participantes, imaginemos lo que se pudo hacer en un domingo cualquiera. Eso sí sería un cambio de cultura: arreglar calles, tapar alcantarillas, limpiar parques o pintar escuelas hubiera sido una demostración extraordinaria y ejemplar.
LQD. Lo que demostró la marcha fue un retroceso político convertido en símbolo de debilidad. Un gobierno eficaz y preocupado por el futuro no necesita hacer demostraciones para apabullar a las voces de una parte de la sociedad que bien puede ser la mitad de los 90 millones de electores registrados.
También podemos escribir una ecuación exacta sobre la pretendida reforma al INE. Destrucción de una autoridad electoral independiente igual al nacimiento de una nueva autarquía al estilo PRI igual a la desaparición de la representación proporcional de las minorías.
Parece complicado pero no lo es. El PRI tuvo la sabiduría de Jesús Reyes Heroles para plantear una ley que dio cabida a las minorías en el Congreso. Poco se recuerda la LOPPE (Ley de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales) de 1977, cuando pasamos de partido único a aceptación de minorías. Esa ley fue la semilla del pluralismo que hoy gozamos y podemos perder si el control de las elecciones vuelven a manos del gobierno.
Por eso los partidos minoritarios y satélites de Morena no están contentos. El Verde y el del Trabajo quedarían como viles apéndices de gobernación. Sin el reparto de prerrogativas a esos partidos dejarían de mantener la riqueza e impunidad de sus dueños. Por eso ni siquiera se atrevieron a presentar la reforma de Lopez Obrador al pleno del Congreso.
Poco a poco las demostraciones de la realidad superan a las marchas y a los discursos mañaneros.
Lo Que Queríamos Demostrar
Un gobierno eficaz y preocupado por el futuro no necesita hacer demostraciones para apabullar a las voces de una parte de la sociedad que bien puede ser la mitad de los 90 millones de electores registrados.