“El tiempo es invención o no es nada en absoluto”
Henri Bergson
A principios del siglo pasado, cuando la teoría de la relatividad cambiaba todos los conceptos de la física clásica de Newton, múltiples ideas bullían en la intersección del pensamiento científico con el humanista. Un poco antes, al finalizar el siglo XIX, Charles Darwin había dado una gran vuelta de tuerca a la ciencia con su descubrimiento de la evolución de las especies y la selección natural.
Bertrand Russell, un matemático-filósofo, descubre la estupidez del gobierno inglés al mandar a la juventud de su país a pelear en la Primera Guerra Mundial. Su desacato le costaría la cárcel. Justo hace un siglo, en 1922, asomaba el rostro una nueva literatura, un cambio en el arte decorativo y en la pintura. Las heridas de la guerra y la Gripe Española, daban paso a los rugientes años veinte.
Con una tentación perpetua nos preguntamos si los ciclos de la historia se repiten, si el péndulo que se mueve entre la guerra y la paz es inevitable. Igual llegan tiempos donde la desesperanza genera movimientos existencialistas o nihilistas ante tragedias como la Segunda Guerra Mundial o la de Vietnam.
Steven Pinker, científico cognitivo canadienese, muestra en muchas tablas estadísticas el avance de la humanidad en su obra máxima “En defensa de la Ilustración”. Esperanza de vida, disminución de la pobreza extrema en Asia, Latinoamérica y África; un periodo prolongado de paz. Pinker sostiene un optimismo basado en el avance del conocimiento y los valores heredados de la Ilustración.
Después de saber del bombardeo descarnado de Rusia a la población ucraniana durante la noche del miércoles y ayer, parecería que no aprendemos del pasado, que Pinker está equivocado. Dudamos por un momento de la racionalidad humana y vuelven miedos apocalípticos si la guerra en Europa escala y sale de control.
En estos días de frío templado buscamos cobijo, podemos imaginar que en Ucrania la mayoría de la población tiene que soportar frío de 20 grados bajo cero sin luz ni agua. Además sabemos que nadie, ningún otro país puede intervenir sin el riesgo inmediato de una conflagración mundial.
Estamos hechos para enfrentar dificultades, inventar soluciones y ensanchar los caminos de la vida para nuestros descendientes. En esta época sorprende también que de las piedras filosofales grecolatinas surjan herramientas para enfrentar pandemias, crisis y ansiedad personal. El Estoicismo regresa a la vanguardia del pensamiento occidental. Las “Meditaciones” de Marco Aurelio, la filosofía de Epícteto, Séneca y Zenón regresan para comprender las convulsiones del mundo actual.
“Solo hay una manera de alcanzar la felicidad y es dejar de preocuparse por cosas que están más allá del poder o de nuestra voluntad”, decía Epícteto, algo semejante a la oración de la serenidad: “que Dios me conceda la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que puedo, y la sabiduría para reconocer la diferencia”.
Ese puede ser el mejor deseo para quienes tuvieron la paciencia de leer esta columna durante el año: lograr la serenidad. También la gratitud, una práctica que alivia el corazón, repele la nostalgia y nos da anticuerpos contra el virus de la desesperanza.
Mil gracias por leer AM, por aceptarnos en sus casas y pantallas, por albergar siempre un optimismo racional, fundado siempre en aprender de nuestro entorno. Feliz Año 2023.