El Papa Benedicto XVI tuvo la sabiduría de retirarse a los 85 años. Sufrió cansancio y sentía que no le era posible cumplir con los compromisos inherentes a su cargo. Fue una sorpresa porque los papas no se jubilaban, cumplían hasta la muerte. 

Joseph Ratzinger era un papa ilustrado, por decir lo menos. Teólogo, políglota y una eminencia en temas de la Iglesia. Mantuvo una política conservadora aunque al final tuvo que enfrentar lo que su antecesor, Juan Pablo II, había evitado: reconocer el carácter criminal de la pederastia. 

Francisco – Jorge Bergoglio- es un papa liberal, como la Compañía  de Jesús, de la que forma parte. Las consideraciones que ha hecho sobre los temas de género le valen ataques del ala conservadora de la Iglesia. Conoce los límites de lo que puede hacer, por eso no llegó la revolución esperada desde hace tiempo: la emancipación humana del celibato obligatorio y el reconocimiento canónico de los grupos minoritarios LGBT. 

Si Benedicto XVI tuvo el tino de retirarse a los 85, Francisco podría hacer lo mismo porque cumplió 86 años el 17 del mes pasado. El fallecimiento de su antecesor le da espacio para hacerlo. No podía jubilarse antes porque dos papas eméritos serían demasiado. Un conservador, un liberal y uno nuevo y joven, harían las cosas más difíciles. 

En la extraordinaria película “Los dos papas”, Anthony Hopkins y Jonathan Pryce,  recrean la tensión natural del choque de ideas entre Francisco y Benedicto. Es uno de los films que dejaron ver la dimensión de cada uno. Benedicto fiel al dogma, al rito y a la teología, hombre elegante de finos modales y erudito de pensamiento aristocrático, frente al jesuita sencillo, humanista y terrenal. 

A la Iglesia no le faltó doctrina durante el papado de Juan Pablo y Benedicto, pero sí el humanismo para reconocer el dolor de las víctimas de la pederastia. También les faltó humanidad y menos dogmatismo frente a la comunidad LGBT a la que no reconocen como una realidad que la sociedad occidental acoge otorgando derechos civiles en igualdad. 

La vida cívica va por delante dando espacio, lugar y respeto a quienes tienen una orientación sexual distinta. Francisco lo reconoce pero cada que menciona el amor con el que se debe conducir la Iglesia hacia esa comunidad, lo quieren crucificar los Caballeros de Malta y otros grupos conservadores. Todo a pesar de que en la curia romana el 80% de los sacerdotes son homosexuales. (Investigación de Frédéric Martel para su libro “Sodoma. Poder y escándalo en el Vaticano).

Por eso no estaría mal que llegara al Vaticano un papa joven, comprensivo y magnánimo, valiente y revolucionario. Que tuviera la energía suficiente de una nueva generación para abrir de nuevo las puertas de la Iglesia a quienes, aún creyentes, se alejan. 

Hay quienes temen un cisma, una ruptura, pero eso sucedió hace tiempo cuando un alto porcentaje de católicos se alejaron de la Iglesia porque tomaron partido (naturalmente) por las víctimas y no los victimarios. Recordar el caso de Marcial Maciel hace que la sangre hierva por el enorme encubrimiento de sus crímenes que quedaron impunes dada la cerrazón del Vaticano.

El Papa Francisco tiene simpatía y popularidad en todo el mundo. Es un hombre admirable por sencillo, humano, comprensivo y sensible ante la pobreza, sin embargo su edad y el peso del cargo podrían costarle la salud en los años que podría dedicar el tiempo en escribir sobre su visión del mundo, la Iglesia y el futuro de la humanidad.

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