Por: Armando Fuentes 

“¿Crees que exista el diablo?” -le preguntó Juanilito a Pepito. “No sé qué decirte -dudó él-. Crees en el diablo, y luego resulta como con Santo Clos, que es tu papá”. Yo, con perdón de los predicadores, no creo en el demonio, magnífico agente vendedor para ellos, y eso que he oído decenas de veces el “Fausto” de Gounod y el “Mefistófeles” de Boito. Reconozco que mucha gente cree en el diablo, y lo imagina como el diablito de la lotería, con una pata de chivo y de gallo la otra. Eso se explica: tanto el gallo como el chivo son cachondos verriondos, cogelones, y los clérigos relacionan el concepto de culpa principalmente con la idea del sexo, de la carne, de la unión de cuerpos entre el hombre y la mujer. Para ellos el pecado más pecaminoso es la lujuria, siendo -pobrecito- que es el primero que se acaba. (“¡Maté al monstruo de la soberbia! -clamaba en su sermón un pastor evangélico-. ¡Maté al monstruo de la envidia! ¡Maté al monstruo de la lujuria!”. La esposa del pastor le comentó en voz baja a su vecina de asiento: “Este último monstruo murió de muerte natural”). Alguien dijo que la teología es una de las más imaginativas formas de la literatura de ficción. Lejos de mí la temeraria idea de incursionar en ese abstruso campo, el teológico, reservado a mentes y almas lúcidas. Yo me muevo mejor en el humilde terreno terrenal, el del conjunto de las cosas que se pueden asir por los sentidos. No puedo creer en el demonio porque si en él creyera mi religión sería de dos dioses, del bien uno, del mal el otro. Mi intuición se orienta hacia un dios único, dios de amor y de bien. ¿Y el mal? Lo mismo que el demonio, tampoco existiría. Lo que llamamos “el mal” constituiría un vacío del bien. El infierno no sería el de las llamas: consistiría en la ausencia de Dios, en la privación de su presencia. Pero ¿a qué toda esta farragosa palabrería? Tiene su origen en un pensamiento que me asaltó al despertar hoy por la mañana. La idea del bien parece estar desterrada de la vida pública de México, y su ausencia se traduce en formas de política fincadas puramente en el ansia de poder y de dinero, y no en la voluntad de procurar mejores condiciones de vida para los gobernados. Aquí y ahora reciben mejor trato los victimarios que las víctimas, y la justicia y el saber se acomodan a la política, en vez de que ésta se finque en lo justo y en lo verdadero. Veo cómo actúan algunos políticos y me parece que a través de ellos está actuando Patetas, el chamuco, Pedro Botero, el demontre, patas de cabra, que de todos esos modos y maneras es conocido en el lenguaje popular el diablo. Mejor será que dejemos de hablar de él, no sea que venga. Con razón se ha dicho que el mejor truco del demonio es haber convencido a los humanos de que no existe. Se iba a celebrar un partido de futbol entre los equipos del Cielo y el Infierno. San Pedro le dijo a Lucifer: “Les vamos a ganar. Con nosotros están los mejores jugadores. Tenemos a Pelé, a Maradona, a Di Stéfano, a Puskás, a Cruyff.”. “Van a perder -ripostó muy seguro Lucifer, representante del equipo del Infierno-. Nosotros ternemos a todos los árbitros”. Dos tipos llegaron al mismo tiempo a la morada celestial. Les indicó San Pedro: “Para entrar aquí deberán comprobar pureza de pensamiento”. Ordenó que un ángel le atara una campanilla a cada uno en su respectivo atributo masculino, y luego hizo que frente a ellos pasara una escultural mujer. La campanilla de uno de los hombres sonó estrepitosamente. “Al infierno” -decretó el apóstol. “Y tú -le dijo al otro-, al Cielo”. En eso se le cayó al ángel su aureola, y se agachó a recogerla. Entonces la campanilla del otro sonó con estrépito mayor…. FIN.

 

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