El deporte favorito del actual gobierno es la venganza, cobrar cuentas y presuntos agravios de la “época neoliberal”. Después de cuatro años de lamentar todo lo anterior, por fin llega el momento en que la piñata se rompe.
El juicio a Genaro García Luna en Nueva York es la ventana a verdades y mentiras construidas para subir al banquillo de los acusados al ex secretario de Seguridad Pública de México, al país y sus instituciones.
Será un desfile de testigos protegidos, ex mafiosos criminales que buscan el beneficio de la reducción de penas por escupir todos los delitos del funcionario, verdaderos y de fantasía.
La tragedia probable de García Luna es una sentencia por los ilícitos que no cometió y no por el verdadero origen de su fortuna. Desde que el general José de Jesús Gutiérrez Rebollo se asoció con el “Señor de los Cielos”, Amado Carrillo Fuentes, no habían subido al banquillo a un funcionario de tan alto rango.
La diferencia es que a Rebollo lo detuvieron cuando estaba en funciones y lo consignó el gobierno de Ernesto Zedillo. Algo que no sucedió con Felipe Calderón ni ha sucedido con López Obrador. Para Zedillo fue una traición a la patria que su “zar” antidrogas estuviera inmiscuido con el entonces más poderoso narcotraficante del país.
Quienes recuerdan el hecho vieron a un presidente dolido, hasta abatido por la derrota que significaba esa traición para la lucha contra el crimen organizado. Sin embargo, nunca dudó en llevarlo a la justicia y meterlo a la cárcel. Nunca esperó que fueran los norteamericanos quienes lo llamaran a cuentas.
Felipe Calderón sabía todo lo que hacía su secretario de Seguridad: las compras sin licitar por “razones de seguridad pública”, los probables acuerdos (no por dinero) con algunos mafiosos para recibir información sobre otros más mafiosos, etcétera.
Puedo asegurar que Felipe Calderón se hacía pato cuando veía corrupción como la de García Luna. Fue el caso de Juan Manuel Oliva, cuyo gobierno tenía una cauda de corrupción no vista en Guanajuato desde Rafael Corrales Ayala y Enrique Velasco Ibarra.
Digo que Calderón tuvo noticia; Ernesto Cordero, su secretario de Hacienda, tenía toda la información para actuar en contra de uno de los gobiernos corruptos de su partido. Incluso evadió el tema cuando era precandidato a la presidencia.
Cuando acusaron al general Salvador Cienfuegos de haber recibido 3 millones de dólares en efectivo de parte del cártel de Sinaloa o del Pacífico, todo era basado en chismes de alguien que había visto en tele al general y supuestamente lo reconoció como el jefe de todos. Una vacilada.
Tanto García Luna como el general Cienfuegos administraban cientos de miles de millones de pesos de gasto público al que le podían echar la mano y no quemarse por unos cuantos millones de dólares. Además los funcionarios de seguridad pública y los gobernantes tienen la coartada perfecta para no rendir cuentas; por “razones de seguridad” no entregan cuentas de nada.
Cuando dicen que al general o al secretario le entregaron “bolsas con millones de dólares” resulta una gran infamia. Jamás un funcionario de ese rango recibe dinero en sus manos, siempre es y será por interpósita persona. Más engaño cuando un mafioso acusa a un funcionario que lo persiguió y lo entregó al extranjero decir que lo compraron sus adversarios.
Las ocho semanas de juicio a García Luna serán una fuente inagotable de mentiras, medias verdades, y por supuesto, hechos que podrán corroborarse. La piñata está rota para recoger las golosinas.