Por: Armando Fuentes
“Déjame ponerme arriba”. El botones del hotel pasó frente a la suite nupcial, y a través de la puerta alcanzó a oír que el novio le decía eso a la novia. Y en seguida: “Ahora tú ponte arriba”. Y luego: “Ahora los dos arriba”. “Esto no me lo pierdo” -se dijo el botones. Y se asomó por la cerradura. Los dos recién casados estaban sentados arriba de la maleta que no podían cerrar. Si el tiempo que dedico cada día a borrar los mensajes que recibo con propaganda de Claudia Sheinbaum lo hubiese empleado desde un principio a escribir novelas, ya habría producido por lo menos tres de la misma dimensión que “La guerra y la paz” de Tolstoi, “Los miserables” de Victor Hugo o “La montaña mágica” de Thomas Mann. Dicho sea con el mayor respeto, estoy hasta la madre ya de esos mensajes, que borro en automático sin leerlos. Su frecuencia y cantidad son tales que atosigan y acaban por causar irritación y hartazgo. Sólo las mañaneras de AMLO provocan una sensación igual. Me pregunto quién paga esa profusa publicidad política. Su costo ¿corre por cuenta de la interesada, lo aporta el partido político al cual pertenece la señora o sale de las arcas públicas? En aras de la transparencia la que parece ser corcholata predilecta de López Obrador debería informar a sus gobernados la procedencia de los fondos que destina al pago de tan profusa -y seguramente carísima- propaganda. Por algún motivo el tabasqueño dio con notable anticipación el banderazo de salida a la carrera presidencial. Eso ha hecho que los participantes en ella estén descuidando sus funciones a fin de no dejar que sus rivales le tomen la delantera (dicho sea, en el caso de los señores, sin ánimo alburero). Lo he manifestado antes y lo repito ahora: jamás votaré yo por un candidato de Morena, ni aun en el caso de que ese partido postule al mismísimo Espíritu Santo. A mi juicio la pertenencia a ese partido, propiedad del autócrata que tantos daños ha causado y sigue causando a este país, basta para recelar de cualquiera. Dime con quién andas, etcétera. Mil modos he buscado de bloquear los mensajes de la señora arriba mencionada, pero siguen entrando con criminal asiduidad. Tienen la terquedad de la mosca, y eso que ni siquiera vivo en la Ciudad de México, y por tanto no soy elector a quien hay que convencer de las virtudes de la precandidata favorita, por su incondicionalidad, de López. En fin, la democracia, a más de ser muy costosa y muy latosa, es muy ruidosa. Me resignaré a seguir siendo bombardeado por esa propaganda, y veré el trabajo de borrarla como penitencia por mis culpas y pecados. “Lo que es fácil de hacer no tiene mérito”, postulaba aquel señor. Su esposa compartía tal idea, de modo que todo lo hacían venciendo dificultades que ellos mismos creaban. Un visitante elogió el coche que tenían. Declaró el hombre: “Lo hicimos por la vía difícil, juntando partes de otros automóviles”. Luego el amigo alabó la casa en que vivían: “También por la vía difícil la construimos -declaró el señor-, con materiales de casas en ruinas”. En eso apareció el hijo del matrimonio. “Hermoso niño” -comentó el visitante. Dijo el hombre. “Lo hicimos igualmente por la vía difícil: en una hamaca”. Objetó el otro: “Hacer un hijo en una hamaca no tiene nada de difícil. Don Renán Irigoyen, Cronista insigne que fue de la Ciudad de Mérida, me hizo llegar hace mucho tiempo un delicioso libro llamado ‘El Hamaca-Sutra’, profusamente ilustrado, en el cual se muestra un buen número de posiciones, a la manera de las del Kama-Sutra, para realizar el acto del amor en una hamaca”. “Sí -admitió el señor-. Sólo que nosotros a nuestro hijo lo hicimos en una hamaca, pero de pie”… FIN.