Google estaba en un dilema propio de las empresas tecnológicas de gran tamaño: soltar la última invención llamada LaMDA (acrónimo de modelo de lenguaje para aplicaciones de diálogo), un prototipo experimental  para competir en inteligencia artificial o proteger su mina de oro, su buscador universal.

El 30 de noviembre del año pasado, justo hace 69 días, OpenAI abrió al público sus herramientas de inteligencia artificial. El Chat GPT-3 (Generative Pre-Trained Transformer 3) invadió al mundo y en apenas ese lapso de tiempo conquistó a más de 100 millones de usuarios. “Chatear” con inteligencia artificial llega a las manos de cualquier persona.

De inmediato comenzó la especulación entre los especialistas: Alphabet, la empresa de Google, se vería obligada a responder tarde o temprano porque su negocio estaba en riesgo. Sobre todo después de que el director de Microsoft, Satya Nadella, anunció una inversión de 10 millardos de dólares en OpenAI.

El lunes no demoró el director de Google en anunciar su apuesta inteligente y pidió a todos los empleados usar y probar el nuevo producto de la compañía que fue bautizado como Bard. Había que producir un hackatón, algo parecido a un maratón de cómputo para evaluar, corregir y afinar la máquina de aprendizaje.

ChatGPT tiene información hasta el año 2021 y no recurre a buscadores para actualizar su conversación. Si Bard permite interactuar con información que el buscador de Google proporcione, dejará en el polvo al GPT y a OpenAI. Pero Microsoft contraataca con Bing, el buscador de menor popularidad que Google.

En pocas semanas tendremos dos o más herramientas de conversación con la incipiente tecnología. Podremos preguntar lo mismo y revisar respuestas. Será posible con una API (Application Program Interface), hacer que el chat GPT-3 tenga una conversación animada con Bard de Google o con Bing. Una charla a la velocidad de la luz si se quiere o al ritmo de lectura del común de los mortales.

La fascinación por la inteligencia artificial hace que los expertos vean un antes y un después, una frontera rebasada que marcará una época como lo hicieron los navegadores Mosaic y Netscape en los albores del internet.

¿Reemplazará la inteligencia artificial a los trabajadores del conocimiento y los servicios? ¿a los maestros, por ejemplo? Seguro que no. El consenso es que la nueva herramienta ayudará a elevar la productividad en un sinfín de tareas.

No pasarán muchos meses para que, quienes escribimos, tengamos en Word o en Google Documents un corrector más que ortográfico. “Alguien” detrás de nosotros sugiriendo cambios y corrigiendo datos, estilo y estructura. Los maestros universitarios en EU, a quienes los estudiantes de preparatoria entregaron tareas producidas o mejoradas por el chat GPT-3, quedan sorprendidos por la claridad y limpieza del lenguaje, más que por la profundidad del análisis.

Pronto tendremos empresas de asesoría para abogados litigantes con modelos de demandas, amparos y contratos precocinados; habrá manuales activos en línea para periodistas, escritores, maestros y hasta constructores. Será tan fácil como consultar al experto en lenguaje natural. Los centros de atención a clientes o Call Centers tendrán voces robóticas sin que notemos la diferencia con una chica o un chico de gran amabilidad.

Volverán a florecer cientos de “startups” de todo tipo de industrias apoyadas por el AI. Esto apenas comienza. Imagine lo que usted podría hacer. 

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