Durante décadas, para López Obrador todo estuvo subordinado a la conquista del poder y, ahora, a su ejercicio y mantenimiento. En ese ámbito de su vida, es decir, toda su vida, nada es casual. Las funciones humanas más simples son manifestaciones del modo en que comprende y realiza política. 

Es por ello que López Obrador vive de y en los símbolos. Con ellos ha construido sus biografías personal y política. Eligió y mantiene, lo que estima, es un estilo de hablar popular, para identificarse con lo que llama “pueblo”. Dejó de bolearse los zapatos en una visita de Estado, para mostrar descuido ante “el importante”, y cercanía frente a los que denomina “humildes”. Come en sitios representativos para que quienes acuden a ellos sepan que les pertenece. Viaja en un automóvil que supone clasemediero para que admiremos su “modestia”.

Para el hombre que decidió subordinar todo a una representación de sí mismo, los eventos patrios son escenarios privilegiados para su actuar. Momentos en los que para la puesta en escena puede escribir el guion, elegir las decoraciones y asignar los papeles que los demás representarán. Construido en la parafernalia priista y sus cortesanas elaboraciones, López Obrador sabe la importancia de las entradas, los diálogos, así como la colocación de personas y cosas para la correcta ejecución de la obra.

En este contexto escénico lopezobradorista debemos analizar la obra presentada en el gran Teatro de la República, apenas el domingo pasado. La convocatoria fue para celebrar un año más de la promulgación de la Constitución. Del texto con el que concluyó una lucha armada y con el que hemos podido mantener cierta unidad nacional y algunos niveles de convivencia. Si lo que buscaba era celebrar estos valores cívicos y sus fundamentos democráticos, la escenificación elegida tenía que haber ido en el mismo sentido. 

Debieron enaltecerse los diálogos y los actores de nuestra organización política, en particular de la división de poderes. Era indispensable asumir que los primeros actores eran, además de quien como guionista, director y actor de la obra ocupa la Presidencia de la República, los presidentes de las dos cámaras del Congreso de la Unión y la presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. 

El reconocimiento de los papeles protagónicos debió haberse expresado en varios momentos, entre ellos, en la colocación de los personajes en el escenario de esa mañana.

Ello no fue así. La decisión tomada para tan relevante mise en scène fue asignar los papeles principales a los secretarios de la Defensa Nacional y de Marina. Los dos acompañaron al presidente de la República en su marcha al Teatro. Ambos quedaron sentados en los sitiales más cercanos al primer actor, mediado uno de ellos por el secretario de Gobernación.

El Presidente y los servidores públicos de su propia administración, es decir, sus empleados en sentido burocrático-administrativo, ocuparon el centro del foro. Mientras que los representantes de los otros poderes, les fue asignado asiento, necesariamente, en los laterales.

¿Qué quiere decirnos López Obrador al rodearse de militares y alejarse de los representantes de los otros poderes federales? ¿Por qué en la anterior representación de la misma obra el acomodo escénico fue inverso? ¿Qué pasó en el año transcurrido entre ambas funciones para imponer el reacomodo de las sillas? Aun cuando en un nivel psicológico muy primario la decisión podría implicar desdén hacia los nuevos titulares, quedaría sin explicación la sustitución militar. ¿Será que López Obrador quiso mostrarse y mostrarnos su fuerza poniendo en escena a las fuerzas armadas? La simbolización que el Presidente quiso obtener por medio de sus secretarios parece confirmarlo.

 

@JRCossio

 

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