Por: Armando Fuentes.
“Acariciar los senos de una mujer es acariciar la vida”. La frase es de un amigo mío que de la vida y la mujer conoce mucho. Alguna vez me contó que uno de sus más bellos recuerdos es el de una hermosa dama cuyo precioso busto tuvo en sus manos -venturosas manos- y que le dijo: “Me gusta cómo me acaricias”. Añadió mi amigo en su relato: “Si por la infinita misericordia del Señor me voy al Cielo entraré en él a condición de que me sea permitido seguir recordando ahí las palabras que esa bellísima mujer me dijo aquella inolvidable noche”. Desciendo a regiones más profanas y cito el caso de aquel sujeto que en el lobby bar de un hotel le propuso a una atractiva fémina de ubérrimo tetamen: “Te apuesto una copa a que puedo llegar con mis manos a tus bubis sin tocarte la ropa”. Ella, divertida, aceptó la apuesta. Fueron a un rincón en penumbra y ahí el tipo se refociló cumplidamente ejercitando por varios minutos el sentido del tacto en el precioso frontis de su compañera. Le dijo ella: “Pero me tocaste la ropa”. “Tienes razón -admitió el tipo-. Perdí la apuesta”. El beisbol es el deporte que me gusta más. Le sigue el futbol americano. El tercer lugar lo ocupan todos los demás deportes, incluidos el soccer y la matatena. Al beisbol me aficioné desde que iba de la mano de mi padre a ver los juegos en el viejo Estadio Saltillo, cuyo campo era de tierra. Soplaba el viento y levantaba una tolvanera que impedía ver no sólo la pelota, sino también el mundo. El sempiterno ampayer -tenía apodo schubertiano, pues le decían “La Trucha”- gritaba entonces “¡Taim!, o sea “¡Time!”, y el juego se suspendía hasta que el simún cesaba y se disipaba el polvo. Entonces “La Trucha” gritaba: “¡Playbol!”, y continuaba el juego hasta la llegada de la siguiente ráfaga. Generalmente había una por inning. Al futbol americano le tomé gusto hasta que estuve en la Universidad de Indiana. Las universidades norteamericanas están formadas por un estadio de futbol en torno del cual hay algunas escuelas. Por regla general el coach del equipo es más importante que el Dean o President de la universidad. Cada jugador tiene un serrallo más o menos numeroso según sean su desempeño en el juego y su popularidad. El harén del quarterback es mayor que el de cualquier sultán de Oriente. Todo por saber manejar un balón en la forma aproximada de un huevo de gallina. ¡Y pensar que Edgar Allan Poe, Nathanael West y Hemingway fueron infortunados en amores! Desde luego vi el Super Bowl. Lo vi en la tele, claro, donde se ve mejor que en el estadio. Un par de veces he visto el juego ahí, y lo que más disfruté fue la cerveza y el hot dog gigante, pues desde la localidad que pude pagar el emparrillado se veía del tamaño de una estampilla de correos. ¡Qué juegazo el del domingo! Pienso que es uno de los mejores en la historia del Gran Tazón. En esta ocasión aprendí que si no te rindes ante la adversidad terminarás por vencerla, pues para eso hay adversidades, para luchar contra ellas. Aprendí también que el embarazo no debe ser obstáculo para que una mujer ejerza en plenitud sus facultades. Soy del tiempo en que a una señora visiblemente embarazada le daba pena mostrarse ante los demás, pues pensarían en lo que había hecho para estar así. ¡Y luego dicen que todo tiempo pasado fue mejor! Grato paréntesis fue ver ese extraordinario juego, que me hizo olvidar por unas horas la indignación que me causó ver al Águila Azteca arrastrada por el fango cuando López la colgó al pescuezo de un déspota tirano como Díaz-Canel, que más tiene de carcelero que de jefe de Estado. ¡Pobre Cuba! Y, lo digo con pesadumbre, ¡pobre México!… FIN.