Soy muy tenaz. Si decido que algo vale la pena hacerse, pondré mi corazón y mi alma en ello”.

Lee Kuan Yew

 

Un saludo, un encuentro de dos líderes cambió todo, transformó al mundo. Eso sucedió en noviembre de 1978 cuando Deng Xiaoping, el líder chino, visitó Singapur y conoció a Lee Kuan Yew, su Primer Ministro. Al ver los frutos del pragmatismo estratégico de Lee, el entonces vicepresidente de China tuvo la visión de abrir su economía.

Cuando asumió el liderazgo del gigante asiático en diciembre del mismo año, decidió salir de China de inmediato y en febrero de 1979 visitó Estados Unidos, momento histórico porque cimentó la visión de cambio de Deng Xiaoping. La salida de la pobreza estaba en la productividad y no en la ideología marxista comunista.

Singapur, una pequeña nación, un “pequeño punto rojo” en el sureste asiático, había logrado en tan sólo una generación pasar del tercer al primer mundo. Si esa nación, conformada en su mayoría por emigrantes de China lo había logrado, por qué el gigante de más de mil millones de habitantes no podría hacerlo.

Con ese mismo pragmatismo, Deng aprovechó la experiencia y sabiduría de otro personaje memorable: Goh Keng Swee. En 1984, Goh, quien fuera ministro de la Defensa, de Finanzas, de Educación y creador de la Autoridad Monetaria de Singapur, había dado materialidad a los sueños de Lee Kuan Yew. Un ejecutivo y genio a la vez, fue contratado después de su jubilación por Deng Xiaoping para orientar el nuevo desarrollo de las zonas económicas especiales de China.

El resultado lo vemos en ciudades como Shenzhen al sur de China, pueblo de pescadores que pasó de 50 mil habitantes a ser una metrópoli cosmopolita de 12 millones con un crecimiento promedio del 27% anual. Además con un nivel de vida superior al de Italia.

En 1965 el ingreso por habitante en Singapur era de unos 500 dólares por habitante, 57 años después llega a los 70 mil dólares. Monto superior a la mayoría de los países europeos, sólo comparable con el de Suiza. La productividad nacional supera la del Reino Unido, imperio del que fuera colonia Singapur y que ahora languidece desde su salida de la Comunidad Europea.

China tenía un ingreso por habitante de 200 dólares en 1978, cuando Deng comienza la “larga marcha” hacia el capitalismo. Hoy es 50 veces superior y ronda los 12 mil dólares por habitante. Convertida en la segunda economía mundial, sólo  la supera EU. Se estima que en la próxima década será la primera si su líder actual, Xi Jinping, se olvida de su alianza con Rusia y la confrontación con Occidente.

El éxito llama la atención, sobre todo cuando ha sido contundente en todos los frentes: ingreso, estabilidad económica, salud, vivienda, educación y desarrollo científico e industrial. Singapur se ha convertido en ejemplo para naciones como Ruanda, Chile, Colombia, Kazajistán y muchas otras que pretenden imitar sus mejores prácticas.

México se acercó a Singapur en tiempos del presidente Carlos Salinas de Gortari, previendo el efecto que tendría el Tratado de Libre Comercio para nuestro país en Asia. Sin embargo, en este sexenio nos hemos distanciado cada día más de las reglas del éxito de la pequeña isla que son: cero impunidad, seguridad pública sobre todas las cosas, antidogmatismo, meritocracia, y efectividad gubernamental. Hoy son más ajenas que nunca en las políticas públicas nacionales.

Es tiempo de revisar de nuevo la fórmula del éxito de Singapur. (Continuará) 

 

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