Por: Armando Fuentes
Andrés Manuel López Obrador no ceja ni pestañea en su intentona de apoderarse del Instituto Nacional Electoral, es decir de las elecciones, es decir de la democracia, es decir de México. Si se sale con la suya el país retrocederá a los tiempos de la dominación priista, cuando el gobierno organizaba los procesos electorales, los llevaba a cabo, contaba los votos y daba a conocer los resultados. Las elecciones eran sólo simulación, remedo. La pretensión de AMLO muestra claros tintes dictatoriales. Tiende a facilitar la instauración de un maximato por medio del cual después de acabado su sexenio el tabasqueño seguirá ejerciendo el poder a través de interpósita persona, como hizo Plutarco Elías Calles en la época de “Aquí vive el Presidente, y el que manda vive enfrente”. Fue necesario el surgimiento de un hombre fuerte, Lázaro Cárdenas, para acabar con esa viciosa situación y poner de patitas en la calle a Calles. Si López Obrador logra su ominoso objetivo y consigue desmantelar al INE caerán por tierra los esfuerzos y sacrificios que numerosos mexicanos y mexicanas hicieron para quitar al Estado la facultad de organizar las elecciones y conferirla a los ciudadanos. Las marchas y concentraciones que en todo el país se llevarán a cabo constituyen la espontánea protesta de la ciudadanía en contra de las acciones antidemocráticas de López Obrador, de su partido y su régimen absolutista. Si se pierde el INE, si se aplica el nefasto Plan B de López Obrador se perderá todo lo que se ha conseguido en materia de democracia. Participar en las manifestaciones en contra de ese tendencioso plan no sólo será defender a una institución de ciudadanos: será también defender a México frente al poder de un hombre que piensa que la ley es cuento y manda al diablo las instituciones. Salgamos en defensa del Instituto Nacional Electoral. Salgamos en defensa de la democracia. Salgamos en defensa de México. La linda Susiflor le contó a su amiga Dulcibella: “Anoche fui con mi novio a su departamento. Ahí me di cuenta de que su deseo era llevarme a la cama”. Preguntó Dulcibella: “Y ¿tomaste alguna medida?”. “No -respondió Susiflor-. En esos momentos quién se pone a medir nada”. Un reportero de la televisión entrevistó en la calle a Babalucas. “¿Qué opina usted de la capa de ozono?”. Contestó el badulaque: “Si ese cabrón cometió algún abuso estoy de acuerdo en que lo capen”. Noche de bodas. El recién casado tomó por los hombros a su desposada y la interrogó, solemne. “Dime, la verdad, Cloreta. ¿Soy yo el primero?”. “No -respondió ella con inusual franqueza-. Antes que tú ha habido cuatro. Después no sé. Pero alégrate: dicen que no hay quinto malo”. En la cena el padre de familia abordó temas políticos. Declaró en modo terminante: “La dignidad y derechos de las minorías deben ser respetados absolutamente”. La hija mayor se apresuró a celebrar su postura: “Qué bueno que piensas eso, papi, porque en mi universidad hicieron un encuesta. Resultó que el 72 por ciento de las alumnas de mi generación son vírgenes, y yo estoy en la minoría”. La cocinera de doña Panoplia le informó: “Señito: se quemó el pastel que tenía usted en el horno. Empecé a oler a quemado, y cuando acordé el pastel ya era puro carbón”. La señora se enojó: “Debiste haberme llamado, pendeja”. “¿Por qué llamarla así? -respondió con gesto magnánimo la mujer-. Usted no tuvo la culpa de que se quemara el pastel”. Don Cucoldo, apenado, le hizo una sincera confesión a su esposa: “Cuando hago el amor contigo pienso en otra mujer”. “¡Qué malo eres, Cucoldo! -gimió ella-. ¡Y yo, que cuando hago el amor con otros hombres siempre me acuerdo de ti!”. FIN.