Por: Armando Fuentes
El nieto mayor de don Langudio le preguntó: “Abuelo: ¿recuerdas la primera vez que hiciste el amor?”. “¡Ay, hijo! -suspiró el provecto señor-. ¡Ya ni siquiera me acuerdo de la última!”. Susiflor era sumamente ingenua. Libidiano, en cambio, era lúbrico galán. La convenció de ir con él a su departamento, y ahí le pidió lo consabido. “Está bien -aceptó la cándida muchacha-. Pero con una condición: no me vayas a agarrar los brazos”. “¿Por qué?” – se extrañó el labioso seductor. Respondió Susiflor: “Mi mamá me ha dicho que con los hombres no dé mi brazo a torcer”. El joven Petiso es sumamente bajo de estatura, tanto que si se le cae una moneda al suelo no tiene que agacharse para recogerla. Sus amigos de confianza lo apodan “El hombre de acero”. De a cero metros, pues ni siquiera llega a medir uno. La última noticia que tuve de él es que solicitó ser admitido en un club nudista. El consejo de administración lo rechazó. Dijeron sus integrantes: “Va a andar metiendo la nariz donde no debe”. La maestra les pidió a los niños que escribieran un ensayo de 100 palabras acerca de la mosca, pues la habían estudiado en la clase de Ciencias Naturales. Pepito escribió: “La mosca es un insecto que se la pasa chingue y chingue y chingue.”, y así hasta completar las 100 palabras. Lord Feebledick regresó a su finca rural después de la cacería de la zorra, y no pudo menos que sorprenderse cuando en la alcoba conyugal vio a su esposa, lady Loosebloomers, en concúbito carnal con Wellh Ung, el lacertoso mancebo encargado de la cría de los faisanes. “¡Mendaz mujer! -le gritó milord a su consorte-. ¡Vulpeja inverecunda! ¡Descaminada meretriz!”. “Feebledick -contestó lady Loosebloomers en tono de reproche-. Recuerda que habíamos acordado no reñir delante de la servidumbre”. A Babalucas le dolía un dídimo, teste o compañón. Un testículo, para decirlo con claridad mayor. Fue a lo que pensó que era una clínica, pero la recepcionista le informó: “Aquí es la Facultad de Derecho”. “¡Caramba! -se asombró el badulaque-. ¡No sabía yo que cada uno tiene una Facultad!”. Una mujer joven y de excelentes prendas físicas fue a una mueblería y le dijo al encargado: “Hace tres meses compré aquí una cama individual. Quiero ver si me la toman en cuenta para cambiarla por una matrimonial”. “Felicidades -le dijo el de la mueblería-. ¿Se va usted a casar?”. “No -aclaró la mujer-. Voy a ampliar el negocio”. Caperucita Roja llegó a la casa de su abuelita. Iba despeinada y con las ropas en desorden. La anciana se asombró al verla. Le preguntó: “¿Qué no te comió el lobo, como dice el cuento?”. “No -repuso Caperucita-. El que lo escribió puso una letra en vez de otra”. Loretela había visto pasar ya su abril y mayo. Andaba más bien por su julio o agosto. A pesar de eso, o quizá por eso, deseaba cortar las flores de la vida antes de que los años se le cargaran más. Conoció a un joven mancebo guapo y musculoso, y lo invitó a ir con ella en su coche. Lo que no sabía la anhelosa dama es que el muchacho -Tonito se llamaba- era inexperto en todo lo relacionado con el sexo. Condujo Loretela hasta llegar al Ensalivadero, penumbroso y solitario sitio al que acuden por la noche las parejas que han pasado ya de la segunda base y se encaminan a tercera. Ahí hizo que el muchacho se pasara con ella al asiento trasero del vehículo. Él, sin embargo, no daba trazas de tomar la iniciativa. Le dijo Loretela: “Los pajaritos lo hacen; las abejitas lo hacen. ¿Por qué no lo hacemos nosotros?”. “Pero, señora -se sorprendió Tonito-. ¿Cómo cree usted que vamos a poder volar?”. FIN.