Por: Armando Fuentes

Sentir tristeza por el desamor de una mujer es explicable. Rara cosa es, en cambio, entristecerse por causa de la globalización. Sé que ese fenómeno es propio de nuestra época, e inevitable. Detener la globalización es como intentar poner freno a las cataratas del Niágara. Aun así me apesaró la noticia de que la empresa Heineken adquirió las últimas acciones que de la Cervecería Cuauhtémoc quedaban en manos de regiomontanos. Para mí decir “la Cervecería” era lo mismo que decir “Monterrey”. Esa empresa, igual que otras también emblemáticas, fue en su tiempo orgullo de la capital nuevoleonesa y ejemplo nacional de eficiencia y laboriosidad. Ilustres personajes como don Isaac Garza, don Eugenio Garza Sada, don Adolfo Prieto y otros destacados industriales cuyos nombres están ahora en calles y avenidas de la noble y leal ciudad norteña, hicieron de Monterrey una ciudad como ninguna, y además llevaron a cabo obras sociales en bien de sus trabajadores -escuelas, clínicas, centros deportivos, viviendas dignas-, con lo cual se adelantaron muchos años a los programas gubernamentales. Gocé los años dorados de la Cervecería, cuando al frente de ella estaba un caballero y hombre bueno en la más amplia acepción de la palabra: don Eugenio Garza Lagüera.  Pocas personas tan generosas y amables como él he conocido. Señalada distinción fue para mí tener trato con él y con su señora esposa, doña Eva Gonda, gentil dama que a su bondad y sabiduría juntaba una gran sencillez. Guardo el recuerdo del Salón de la Fama del Beisbol Mexicano, situado en los jardines de la Cervecería, maravilloso museo que estaba a cargo de un entrañable amigo, Rafael Domínguez García, dueño de una voz privilegiada con la cual nos emocionaba al cantar canciones de Lara o de Curiel. Su asistente, de nombre Manuelito, hablaba con velocidad  meteórica: “Lado persaves soche parerle unsvitas”. Eso quería decir. “Licenciado: permítame las llaves de su coche para ponerle unas cervecitas”.  Me hacía rememorar al padre Carlos López, de Saltillo, que decía “Bentosea Dios” por decir “Bendito sea Dios”. Cosas todas ésas de otros tiempos que se fueron ya. Espero, sí, que no se vayan nunca las espléndidas cervezas de la Cervecería regiomontana. La Carta Blanca; la Indio, lujo que mi padre disfrutaba en la comida del domingo; la Bohemia, que ahora bebo con deleite yo; la Nochebuena, de sabor inigualable. Espero que la venta de aquellas acciones sea acertada acción, y que se conserven todas las cosas buenas que la Cervecería Cuauhtémoc Moctezuma nos dejó. Avaricio Cenaoscuras, el hombre más cicatero de la comarca, iba a contraer matrimonio. Un amigo le preguntó: “¿A dónde vas a ir de luna de miel?”. Respondió el cutre: “A ningún lado. Me caso con viuda, y ella ya pasó por todo eso”. Dos damas se hallaban en un restorán de ésos donde las porciones son pequeñas y las cuentas grandes. De pronto empezaron a gritar a voz en cuella. “¡Sexo! ¡Sexo!”. Acudieron presurosos el gerente del establecimiento y el capitán de meseros. Les dijo una de las señoras: “Tenemos casi media hora de estar aquí sin que nadie haya venido a atendernos. Ahora que hemos logrado llamar su atención ¿podrían traernos el menú?”. Aquellos náufragos llegaron a una isla. En la playa vieron dos enormes objetos de tela que parecían grandes tiendas de campaña. El jefe de los náufragos examinó esas cúpulas de tamaño descomunal y luego les dijo a sus compañeros, preocupado: “Me temo que hemos caído en la Isla de las Gigantas. Lo que estamos viendo no son tiendas de campaña. En una de ellas hay un letrero que dice: ‘Brassiére. Copa pequeña”. FIN.

 

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