Por: Armando Fuentes

Si alguno de mis cuatro lectores me lo solicitara, en este mismo instante podría yo recitar el monólogo de Segismundo, esa perfecta joya engarzada en “La vida es sueño”, de Calderón de la Barca. Aprendí de memoria sus versos cuando joven, y los conservo ahora que vivo una segunda juventud. En ellos el mísero e infeliz protagonista, prisionero de por vida, se compara con un ave que cruza en vuelo “las etéreas salas”; con un toro cuya figura dibujó en el cielo “el docto pincel” (la constelación de Tauro); con un pez que gira por todo “el centro frío” y con un arroyo “que entre flores se desata”. Todos ellos tienen menos alma, menos vida, menos albedrío o más bajo instinto que él, y sin embargo poseen un bien valioso que a él le falta: la libertad. Eso lo hace inferior a los seres y las cosas, pues sin libertad el hombre no es plenamente humano. 

En defensa de tan preciosa facultad, la de ser libres, millones de mexicanos saldremos hoy a las calles y las plazas a protestar contra el intento de arrebatarnos la función de organizar y calificar las elecciones para volver a ponerla en manos del Estado, como estuvo en el pasado siglo. Uno de los principales frutos de la libertad es la democracia. El Instituto Nacional Electoral ha preservado ese bien, y lo ha impartido por igual a todos. Lo ha hecho con imparcialidad, como lo prueba la alternancia en el ejercicio del poder, cosa impensable en México durante siete décadas. Ahora esa institución de ciudadanos está en riesgo, y por tanto corren también peligro la democracia y la libertad. Eso equivale a decir que sobre México y los mexicanos se cierne una amenaza grave. Es la amenaza del autoritarismo absolutista; de la autocracia que no reconoce límites ni en la ley ni en la razón; de la caprichosa voluntad de un gobernante cuyo fin principal no es la procuración del bien común, sino el ejercicio de un poder personal que no admite ningún freno ni contrapeso alguno. Las palabras y acciones de ese hombre tienen visos dictatoriales, y se asemejan en más de una manera a las de aquéllos que han hundido a sus pueblos en la ruina: Castro, Ortega, Chávez y Maduro. México es una gran nación, pero no está libre de caer en una tiranía, pues por desgracia la mayoría de sus habitantes sufren de pobreza y no han recibido los frutos que derivan de la educación. Un pueblo así, iletrado y pobre, es fácil presa del populismo demagógico. Las dádivas que reparte el poderoso hacen ciego a ese pueblo, y no ve que el país se le está desmoronando entre las manos al caudillo. La inseguridad es rampante; los cárteles de la droga cobran más fuerza cada día; la falta de atención a la salud de los mexicanos alcanza niveles que se pueden calificar de criminales; se hacen obras que a su alto costo añaden su escasa viabilidad; el prestigio de que gozaba México en lo internacional se ha vuelto burlas y condenas; la función educativa es campo de doctrinas ya pretéritas; la libertad de expresión sufre cotidiano acoso; la evidente militarización de la vida nacional preocupa; la ciencia y la cultura son hostilizadas; la inversión y el empleo descendieron, y la pobreza ha aumentado dramáticamente, según lo muestran las mismas cifras oficiales. Las leyes y las instituciones han sido y siguen siendo vulneradas por el presidente y su partido con el apoyo de un Poder Legislativo avasallado. La mayor amenaza, empero, es la que se cierne sobre el INE, vale decir sobre la democracia, sobre la libertad, sobre nosotros. Salgamos hoy a denunciar esa amenaza, y a protestar contra ella. Salgamos a defender a México. FIN.

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *