El éxito de las manifestaciones del domingo en todo el país obedece al sentimiento que tenemos de despojo.

Durante el sexenio, el gobierno de Morena ha dedicado buena parte de su tiempo en despojar a los ciudadanos de bienes obtenidos por años de esfuerzo.

El primer gran despojo fue la destrucción del aeropuerto de Texcoco.

El presidente  arrebató al pueblo la obra de infraestructura más importante de la historia nacional mediante el engaño de una “consulta popular” ilegítima e ilegal. Digo “del pueblo” porque sus beneficios iban a ser para todos y no solo para los usuarios. Ese despojo costó crecimiento, empleo y futuro a la nación.

El siguiente y muy grave despojo fue la destrucción del Seguro Popular, un bien institucional que atendía la enfermedad y el dolor de 18 millones de mexicanos. Lo sustituyeron por nada que resolviera la salud pública.

Con la falta de medicamentos que no se adquirieron por ineptitud, el gobierno despojó a millones de ciudadanos de un bien asequible hasta 2018.

Luego fueron las estancias infantiles, las escuelas de tiempo completo y la posibilidad de tener una mejor educación mediante la evaluación del desempeño de los maestros. Esta medida despoja a los niños y jóvenes mexicanos de la oportunidad de prosperar en un mundo globalizado.

Quitar la autonomía y los recursos al INE es un despojo que sentimos en el alma porque afecta a todos. Es un daño nacional que priva al ciudadano de ser el actor y juez de su destino.

La intentona de quitarlo a los ciudadanos para llevarlo a Gobernación fracasó. Morena y sus aliados no tuvieron mayoría calificada para lograrlo, por eso inventaron un Plan B cocinado en Palacio.

Ninguno de los despojos citados tiene sentido, pero este último de dañar al INE sólo se explica como una intentona autoritaria. Un capricho más para eliminar a las minorías del derecho a elecciones limpias e imparciales.

La respuesta se dejó sentir el 27F, fecha en la que se reunieron más mexicanos que nunca para respaldar una causa.

Las repercusiones del logro ciudadano pueden dar paso a un empoderamiento de la sociedad civil. Un despertar que nos dice “sí podemos” enfrentar al autoritarismo y también podemos luchar abiertamente para que  Morena no se convierta en el partido casi perpetuo que fue el PRI.

¿Qué sigue?

Llega el tiempo de exponer las ideas diversas de los aspirantes de la oposición. Tiene que iniciar un debate desde los partidos y las organizaciones civiles sobre un proyecto común.

Urge que la narrativa nacional no provenga sólo del gobierno a través de la conferencia mañanera. Por fortuna en las redes y en los medios hay libertad y mucha crítica. Los canales de comunicación están abiertos como nunca antes para cambiar el discurso y la historia que nos cuentan a diario.

La revolución de los medios permitió que cada ciudadano, durante la manifestación, pudiera transmitir los eventos a sus familiares, amigos y seguidores. Nos llegó información de todas las ciudades.

Somos una sociedad libremente conectada a la que no le será difícil organizarse en tiempo real. Si la manifestación del domingo no atrajo a muchos más por no estar informados, la propia fuerza de participación será un imán natural para futuros eventos.

Esto es sólo el arranque. 

 

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