Por: Armando Fuentes

Himenia, célibe que andaba alrededor de los 40 -no decía cuántas vueltas les había dado-, aspiraba a recibir las atenciones de don Caramuelo, soltero que contaba en su haber con más de 50 calendarios. Una tarde lo invitó a merendar en su casa y le ofreció un ambigú de bienmesabes con una copita de rompope. Media botella se tomó don Caramuelo, que además dio buena cuenta de la repostería. Cuando lo vio animado por el yantar y el beber, Himenia le dijo al visitante: “Si adivina usted mi edad le daré un beso”. Don Caramuelo, temeroso de comprometerse, respondió: “3 mil 500 años”. Himenia le dio el beso al tiempo que decía: “Bueno; año más, año menos”. El novio era ambientalista. Sin tomar el parecer de su dulcinea decidió que pasarían su luna de miel en una cabaña alejada de la civilización. Ella accedió de mala gana a la silvestre sugerencia, pues había pensado dedicar todas las mañanas y tardes del viaje nupcial a ir de compras. La noche de las bodas él se presentó por primera vez nudo, corito, o sea sin ropa, ante la atenta mirada de su esposa. Lo vio ella de arriba abajo -de en medio, sobre todo- y exclamó cariacontecida, pero con rotunda claridad: “¡Joder! ¡Y ni siquiera hay tele ni señal de Internet!”. Don Chuy trabajó como velador del Ateneo Fuente en el tiempo en que tuve el honor de dirigir ese glorioso plantel, uno de los innumerables orgullos de mi ciudad, Saltillo. Gustaba él de hablar en público -era orador castelariano-, y en cuanta ocasión había, solicitaba mi permiso para ocupar la tribuna. Así decía aunque no hubiera tribuna. Empezaba sus peroraciones con la acostumbrada fórmula: “Damas y caballeros”, pero añadía en seguida: “Si lo sois”. No faltaban maestras susceptibles y profesores puntillosos que se atufaran por esa duda cartesiana, pero yo encontraba procedente la salvedad, pues caras vemos, caballeros y damas no sabemos. O sabíamos, pues en estos tiempos ya han desaparecido esas categorías: algunas damas esperan que los caballeros no sean tan caballerosos, y muchos caballeros confían en que las damas con que tratarán no lo sean tanto. Por mi parte recuerdo la ocasión cuando en Nueva York le abrí la puerta de una tienda a una mujer que entraba, y se la sostuve cortésmente para que pasara. Me vio ella con mirada de anfisbena y al pasar me dijo: “Fuck you”. Eso es como una mentada de madre, pero con mayor economía de palabras. Debe haber sido la arpía una de esas feministas radicales que en público de la gente quemaban su brassiére en señal de liberación femenina, siendo que buena falta les hacía tal prenda. Digo todo eso a propósito de las injurias que un grupo de mujeres, seguramente partidarias de AMLO, vertieron contra la ministra Norma Lucía Piña frente al recinto de la Suprema Corte. Una de ellas se disfrazó con toga y birrete chocarreros, y portó un remedo de fusil, velada amenaza contra la jurista, quien en los últimos días ha sido objeto de repetidas agresiones verbales por parte de López Obrador. El lenguaje soez que las susodichas mujeres emplearon habría avergonzado a las caritativas señoras que sedaban los rijos de los hombres en las casas que antes se llamaban de mala nota, cuando aún había notas malas en la sociedad. Si yo me topara con una de esas morenistas en un oscuro callejón, recitaría las preces de los agonizantes, pues con su sola vista me daría por muerto. En fin, cada gobierno tiene el país que se merece, y la clientela de AMLO está a la altura de la 4T, altura semejante a la del betún, si me es permitido usar una expresión que oí en Tabasco. El betún es la grasa con que se lustran los zapatos. FIN.

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *