Por: Armando Fuentes

“No podemos vivir con ellas ni sin ellas”. Tan lapidario pronunciamiento lo hizo un tipo en su mesa del Bar Ahúnda. Le preguntó otro: “¿Hablas de las mujeres?”. “No -acotó aquél-. Hablo de las tarjetas de crédito”. Lo mismo podemos decir nosotros de nuestros vecinos norteamericanos: no podemos vivir con ellos ni sin ellos. Desde luego la convivencia con el poderoso país es obligada: la geografía nos la impone. En ocasiones tal vecindad parece bendición de Dios; otras veces -las más, me temo- tiene el carácter de maldición del diablo. En mi serie de libros “La otra Historia de México” hablo de “el hilo negro”. Así llamo a la continua intervención de los Estados Unidos en la vida de nuestro país, desde antes de la Independencia hasta hoy. De hecho el relato oficialista de nuestro pasado histórico, ese relato maniqueo de héroes y villanos, lleno de ocultamientos y mentiras, favorecido ahora merced al círculo de historiadores burocráticos protegidos por el poder del Estado y familia que lo acompaña, ese relato, digo, nos ha sido dictado por quienes a través de fraternidades internacionales propiciaron el dominio yanqui sobre el continente. “América para los americanos”. O sea para los norteamericanos. Nuestra vida ha estado determinada en buena parte por el país de George Washington y Lincoln, pero también de Poinsett y Henry Lane Wilson. Y de Trump, tan enemigo de México y tan amigo de López Obrador. Los Estados Unidos son nuestro principal socio comercial. Millones de paisanos nuestros trabajan “en el otro lado”, y las remesas de dinero que envían a sus familias son tan importantes que gracias a ellas no ha habido aquí un estallido de irritación social derivado de la pobreza de la inmensa mayoría de los mexicanos, pobreza que ha aumentado considerablemente, según datos oficiales, durante el régimen de la 4T. Tales son los principales beneficios que devienen de nuestra vecindad con Estados Unidos. A cambio el consumo de drogas por parte de ese país ha dado origen a la formación en nuestro país de organizaciones criminales que lesionan en múltiples formas la vida mexicana. El trasiego de armas a México fortalece la actividad de los delincuentes locales y es amenaza constante para los ciudadanos, víctimas de delitos como el secuestro y la extorsión. Así las cosas, la vecindad con el país de allende el Bravo es al mismo tiempo bendición y maldición. Lo mejor que podemos hacer entonces es llevar la fiesta en paz y buscar el delicado equilibrio que ha de reinar entre la dignidad nacional y las exigencias que surgen de la coexistencia de un país pobre con uno de riqueza inmensurable. Por encima del vocerío de los imprudentes -AMLO y los políticos republicanos extremistas que demandan la intervención en nuestro territorio- debe imponerse el buen sentido de quienes saben que sólo en el diálogo político y en los acuerdos diplomáticos será posible fincar la armonía en las relaciones entre dos países que no pueden vivir separados, pero que tienen sobradas razones para no caminar demasiado juntos. Un sujeto le preguntó a otro: “¿Cómo te va con tu novia?”. Replicó el otro. “La traigo muerta”, Sugirió el primero: “¿Por qué no tomas Viagra?”. El Lobo Feroz le dijo a la abuelita; “Te voy a comer”. Replicó ella: “Eso se lo vas a hacer a Caperucita. Tú y yo podemos pensar en otros planes”. Doña Macalota sorprendió a su esposo don Chinguetas en consorcio de erotismo con la joven y linda mucama de la casa. Le gritó furiosa: “¡Canalla! ¡Infame!  ¡Vil traidor!”. El casquivano marido simuló sorpresa. “¡Macalota! ¿Qué no eres tú la mujer con la que estoy? ¡Ah! ¡Si te digo que necesito lentes nuevos!”. FIN.

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