Por: Armando Fuentes
“¿Me amas?” -le preguntó don Cucurulo a su mujer. Respondió ella: “Sí”. Le preguntó de nuevo: “¿Me extrañas cuando voy de viaje?”. Contestó la esposa “Sí”. Quiso saber él: “¿Te preocupas si me enfermo?”. Y ella: “Sí”. Volvió a inquirir don Cucurulo: “¿Me eres fiel?”. “¡Ay, Cucú! -exclamó en este punto la señora-. ¡Cómo te has vuelto preguntón!”. El cuento que sigue puede ser tildado con razón de absurdo y cruel, ambas cosas al mismo tiempo. Los escoceses, ya se sabe, tienen fama de ser excesivamente ahorrativos. Un escocés cenaba con su esposa en restorán. De pronto el enorme y pesado candil se desprendió del techo y cayó sobre la señora. De inmediato el escocés llamó al mesero y le pidió: “Cuentas separadas, por favor”. El joven Picio era muy feo. Al decirlo quizá falto a la caridad cristiana, pero no a la verdad. Le propuso matrimonio a Loretela, que había visto pasar ya su abril y mayo. “Está bien -aceptó ella-. Al fin y al cabo te vas a pasar la mayor parte del tiempo en el trabajo, y en la noche lo hacemos con la luz apagada”. La linda Susiflor le comentó a su amiga Rosibel: “Cada día es más difícil encontrar marido”. “Es cierto -confirmó Rosibel-. Sus esposas los cuidan demasiado”. En el departamento de ropa para caballero el vendedor le mostró un traje a don Chinguetas. El tal traje era color morado con rayas verdes, cafés y anaranjadas. “¡Qué combinación! -exclamó al verlo don Chinguetas-. Si me pusiera este traje mi mujer se negaría a salir conmigo. ¡Me lo llevo!”. La señorita Himenia invitó a merendar en su casa a don Plasmodio, maestro de Ciencias Naturales en la secundaria de la localidad. Le sirvió una rebanada de pastel de chocolate -“Lo compré con mis propias manos”, le dijo orgullosa- y le ofreció un té de hojas de naranjo. El invitado llevó la conversación por el rumbo de su especialidad. Le dijo a su anfitriona: “Un elevado porcentaje del cuerpo humano es agua”. La señorita Himenia se inclinó hacia él y le preguntó con sonrisa sugestiva: “¿Y no tiene usted sed?”. Recientemente Putin visitó Pionyang, capital de Corea del Norte. El líder Kim Jong-il le mostró una extraña construcción en forma de enorme gusano de yeso color rojo, de 30 metros de alto, que salía del techo de una construcción oval y terminaba en una como boca de corneta. Le comentó: “En realidad no sirve para nada, pero tenemos muy intrigados a los americanos”. Doña Macalota, hecha una furia, le pidió al fotógrafo: “¡Retire usted inmediatamente mi foto de su aparador!”. “¿Por qué, señora? -se azaró el artista-. Salió usted muy bien en el retrato”. “Sí -admitió doña Macalota-. Pero el letrero junto a mi fotografía dice: ‘Cómo ésta, 150 pesos la docena'”. El jefe del burócrata le dijo: “El empleado que ingresó la semana pasada está haciendo el doble de trabajo que usted”. Explicó el tipo: “Es que es nuevo, jefe, pero en poco tiempo se va a componer”. Don Poseidón entró en la sala donde estaba Glafira, su hija, con el novio, y se indignó sobremanera al ver que el galancete la hacía objeto de caricias más que ardientes. “¿Qué hace usted, majadero, bribón, desvergonzado? -le gritó en paroxismo de ira-. ¡Retire inmediatamente las manos de donde las tiene puestas!”. “Pero, señor -adujo el galancete-. Usted me dijo que tratara a su hija con mucho tacto”. El doctor Ken Hosanna examinó a su paciente, que se veía agotado, abatido, feble, laso. En el curso del interrogatorio clínico se enteró de que el hombre hacía el amor los siete días de la semana. “Es demasiado -le indicó-. Por lo menos descanse el domingo”. “Imposible, doctor -opuso el tipo-. Es el día que lo hago con mi esposa”. FIN.