Himenia, célibe de edad madura, se compró dos periquitos. El dueño de la tienda de mascotas le aseguró que uno era periquito, y periquita el otro, pero que era difícil determinar cuál era uno y cuál la otra, pues ambos eran exactamente iguales. Se presentó una venturosa circunstancia, sin embargo. A los pocos días de haber comprado a los loritos la señorita Himenia los vio haciendo más loritos. Quiero decir que vio al cotorrito sobre la cotorrita. Se apresuró entonces, y le puso al perico un listón blanco en torno del pescuezo, con lo cual ya no hubo confusión entre el macho y la hembra. Sucedió que días después el cura párroco del pueblo fue de visita a la casa de la señorita Himenia. Llevaba alzacuello, que es una tira blanca de tela rígida o material plástico que los eclesiásticos se ciñen al cuello como parte de su traje clerical. Lo vio el periquito y le dijo. “¡Ah! ¡También a ti te pescaron haciendo eso!”. Babalucas fue a la ópera invitado por un amigo conocedor de ese bello arte que los abarca a todos. El amigo le comentó a Babalucas: “La soprano tiene un gran repertorio”. Repuso el badulaque: “A ver si se da la vuelta, para poder vérselo”. Antonio Plaza, guanajuatense, fácil versificador si bien no gran poeta, escribió una desolada reflexión: “El amor no se derrama. / La gratitud no aparece. / Sólo una madre nos ama / y sólo un perro agradece”. Yo pienso que la ingratitud tendría que ser uno más de los siete pecados capitales que enunció el Padre Ripalda en su olvidado catecismo. Todos deberíamos tener buena memoria, para no olvidar nunca el favor que recibimos, y al mismo tiempo mala memoria, a fin de no recordar las injusticias de que fuimos víctimas. Yo procuro ser siempre agradecido. Así, por medio de estas líneas doy las más expresivas gracias a Elizabeth García Vilchis, vocera -no quiero decir inquisidora- de López Obrador, por la mención que hizo de mi persona en la mañanera de ayer, y por la cita de mi columna sobre el Plan B de su patrón. Gracias a ella mi artículo se volvió viral. Circuló profusamente en las redes sociales, con lo que alcanzó una difusión mayor de la que había tenido. Al mismo tiempo, recibí numerosos mensajes de solidaridad por parte de lectores que consideran que la práctica de exhibir en la forma en que doña Elizabeth lo hace a quienes cometemos el imperdonable sacrilegio de criticar a su jefe constituye una forma de censura propia de los regímenes autoritarios y una amenaza a la libertad de expresión, a más de poner en riesgo a los periodistas y comunicadores en general que aparecemos en sus listas negras. Por mi parte, estoy sereno como en un trampolín. (La expresión es de López Velarde). Creo sinceramente que algún día esta dama sentirá pena por haber servido de instrumento a las inquinas y malquerencias de AMLO, gobernante autócrata, pues la tarea de vigilancia cuasi policíaca que lleva a cabo, a más de ser poco digna, no sirve a la causa de la libertad y el pluralismo que deben privar en una sociedad democrática. Entiendo a dicha dama, sin embargo, e incluso la justifico: en algún modo hay que ganar la vida. A cambio de esa comprensión le ruego de la manera más atenta que no deje de citarme en sus intervenciones de comisaria, pues con ellas hace que mis cuatro lectores se multipliquen, a más de dar mayor popularidad a mi modesta persona. ¡Y todo eso sin costo alguno para mí! En estos tiempos de tanta venalidad y tan grandes afanes crematísticos recibir publicidad nacional gratis es cosa desusada. Por favor, doña Elizabeth, no sea malita: siga mencionándome en sus actos de inquisición y de censura. Eternamente se lo agradeceré. FIN.
Por favor, doña Elizabeth, no sea malita: siga mencionándome en sus actos de inquisición
Así, por medio de estas líneas doy las más expresivas gracias a Elizabeth García Vilchis, vocera -no quiero decir inquisidora- de López Obrador, por la mención que hizo de mi persona en la mañanera de ayer, y por la cita de mi columna sobre el Plan B de su patrón.