Hace unos días, Martín Caparrós recibió en Valencia el Premio Ortega y Gasset por sus contribuciones al periodismo. Agradeció la distinción con un discurso en verso que adquirió carácter viral, máximo certificado de popularidad en nuestros tiempos.

Caparrós rimó sus cuitas e ilusiones al modo de su tocayo Martín Fierro, continuando la tradición de la poesía gauchesca. El ejercicio fue revelador: el cronista elogió un género desde otro, pero sobre todo demostró que la gran prosa no sólo se alimenta de poesía, sino que es, en sí misma, una forma de la poesía.

En los más diversos parajes, Caparrós ha redimido la realidad con un lenguaje que transforma lo fugaz en duradero. Milan Kundera se refirió a la belleza que ocurre por error, en circunstancias que parecerían negarla. Los cronistas memorables demuestran que el impacto estético puede venir incluso de los incendios de la Historia.

Caparrós ha sido corresponsal de guerra y ha escrito testimonios sobre el abuso infantil en Sri Lanka, un condenado que espera su turno en el corredor de la muerte de Estados Unidos, las fiestas de la cumbia en las barriadas argentinas, la vida trans de los muxes de Juchitán, los sobrevivientes de la represión en Chile y Argentina, entre muchos otros temas. Su entrevista con el parricida y estafador Sergio Schoklender, que combinó el crimen con el apoyo económico a las Madres de la Plaza de Mayo, develó las razones íntimas de un escándalo público.

No conforme con renovar el periodismo en sus entregas a revistas, blogs y periódicos, Caparrós ha concebido libros de larguísimo aliento para perseguir temas con la pasión de quien cree que lo exhaustivo es posible. En El interior recorrió todas las provincias de Argentina y en Ñamérica hizo lo propio con los países de la América de habla española.

Después de escribir un sabroso manual para sibaritas (Entre dientes), abordó el mayor problema de nuestra época en El hambre. Su respeto por la naturaleza, y su desconfianza del ecologismo como ideología, lo llevó a escribir Contra el cambio, y su interés por las migraciones, a darle la vuelta al mundo en 28 días en Una luna.

Esta copiosa producción, digna de una agencia de prensa, se debe a una sola persona. Lo singular es que esos despachos urgentes, escritos en las gradas de un estadio o las trincheras de una batalla, son formas del arte.

Ryszard Kapuscinski recomendaba a los reporteros leer poesía para afinar su oído (y él mismo escandía versos en las pausas que le dejaban las bombas y los golpes de Estado). Caparrós domina el recurso a tal grado que al transcribir las declaraciones de sus entrevistados las convierte en versos incidentales.

No debe extrañar que haya deslumbrado con un poema para hablar de prosa. Lo asombroso es que algunos versos fueron compuestos en pleno estrado, como el que dedicó a Pepa Bueno, directora de El País, en respuesta de lo que ella había dicho. Al modo de los rapsodas griegos o los jaraneros veracruzanos, Caparrós convierte la noticia en poesía instantánea.

“Pues nada me gusta más/ que esa emoción pertinaz/ de poder contar historias,/ de rescatar las memorias/ que ya iban quedando atrás”, dijo el cronista en su discurso.

Como Leila Guerriero se me adelanta en todo, el destino le ha dado una columna los miércoles mientras que la mía se publica en viernes. Hace dos días, ella dijo en referencia al maestro: “Como muchos, lo copié, le robé, lo imité”, y destacó con justicia que en su discurso rimado Caparrós celebrara el oficio y criticara a quienes lo consideran un negocio.

También yo he tratado de imitarlo, sabiendo que es imposible porque Caparrós es la desmesura misma. Cuando le dije que me había subido a un camello, contó que, durante cinco días, él había atravesado el desierto a bordo de un dromedario. Cuando coincidimos en Corea, salí de ahí con una crónica para una revista y él salió con un libro entero y fotos para mi texto.

Uno de los países que más admiran su trabajo es Polonia. “El género les gusta mucho porque ellos tienen al campeón del mundo”, comenta en alusión a Kapuscinski, llamado por John Le Carré “el enviado especial de Dios”.

El autor de Ébano es el patriarca histórico de la crónica, pero el campeón contemporáneo es Martín Caparrós, que escribe en tiempo real el incesante poema de los hechos.

 

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