Un cuento infantil puede ilustrar lo que sucede con la Inteligencia Artificial (IA). Juan y su mamá tenían una vaca. Juan la cambia por unos frijoles mágicos. Al caer en tierra los frijoles crecen en un árbol que llega al cielo. En el cielo hay un castillo con un gigante y una gallina que pone huevos de oro.

Es imposible imaginar la cantidad de billones de operaciones que hace la red neuronal de computadoras anidadas en los centros de datos de las plataformas como OpenAI. También es inesperado el ritmo de crecimiento, la precisión y capacidad cognitiva del invento del siglo.

Frente a nuestros ojos crece como el árbol gigante de los frijoles de fantasía. Todos los días hay más ramas, más tallos con nuevos brotes, más botones, semillas y nuevos árboles.

La exuberancia es tal que mil científicos, incluído Elon Musk y Steve Wozniak (fundador de Apple), piden detenerlo, pararlo durante un tiempo antes de que acelere aún más su crecimiento desbocado y termine con la humanidad.

Bill Gates no está de acuerdo. Los beneficios que puede traer la herramienta más poderosa jamás inventada son los huevos de oro de la gallina con la cura del cáncer, la elevación de la productividad humana que podría ayudar a reducir la pobreza y elevar el conocimiento para consolidar más avances como la fusión nuclear o la computación cuántica. El límite es la imaginación.

¡Qué miedo! -decimos todos-.

En manos de un gigante sin escrúpulos la herramienta podría producir toda clase de desgracias: hackeo masivo y secuestro de grandes redes de cómputo bancarias; generación de nuevas bacterias para usarlas en la guerra y otras cosas que no quisiéramos imaginar como el rediseño mismo de la humanidad. Frankenstein a la carta.

El problema para quienes desean frenar la máquina mundial de “pensar” es que no sea posible hacerlo. El gobierno de Italia prohibió el uso del Chat GPT de OpenAI porque “viola la privacidad de datos personales”. Además amenaza a la empresa norteamericana de ponerle una multa de 20 millones de Euros si no corrige la intromisión de sus redes neuronales a los datos de italianos que alberga entre sus 175 mil millones de documentos.

Los italianos, que son más listos de lo que creen sus autoridades, generarán sus propios modelos de inteligencia artificial. Harán lo que China: desarrollar plataformas que tienen todo y nada que ver con las norteamericanas. En la Universidad de Stanford crearon otro modelo más simple llamado Alpaca que se acerca a la potencia de OpenAI sin la inversión que requirió de Microsoft y otros inversionistas.

Antes de cortar el árbol de las semillas mágicas, lo que deben hacer los gobiernos es acotar el invento. Poner salvaguardas a su uso y formar equipos de investigación y desarrollo para evitar o prevenir tragedias.

México no es ajeno al riesgo. Hace poco tiempo hackers se metieron a los bancos e hicieron que los cajeros automáticos escupieran billetes por montones. Antes habían infiltrado el sistema de transferencia de dinero del Banco de México. Por fortuna, los técnicos pudieron parar lo que hubiera sido un desastre nacional.

Sin mucha inteligencia y sin potencia artificial, los hackers drenaron 6 terabytes de información almacenada en los servidores del Ejército. Una vergüenza para los generales.

Todo lo que se invierta para evitar un hackeo masivo de las instituciones es barato contra el costo inminente del mal uso de la IA. Esto apenas comienza. 

 

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