La semana pasada el Presidente dijo que Cuba sería un buen lugar para vivir. No lo es, al menos para la inmensa mayoría de los cubanos que no tienen un puesto público de importancia. Tampoco para quienes mantienen encarcelados a 11 millones de personas sin presente ni futuro. Los carceleros también son prisioneros de su ideología comunista, sin cambio, sin futuro para ellos y sus familias.
Dos son los países que nuestros políticos valoran mucho de boca pero desprecian con los pies, Cuba y Venezuela. Es fácil de ver y explicar. Gerardo Fernández Noroña, con su voz engolada y de tono bajo habla de “nuestros hermanos de Venezuela” y del compañero Nicolás Maduro como si de verdad creyera que en ese país la izquierda tropical y el autoritarismo corrupto fueran la solución o el camino para Latinoamérica.
Comenzó el sexenio y Fernández mostró la verdad de sus preferencias, primero con un viaje a Nueva York y después a Las Vegas. Noroña jamás viviría en Venezuela y menos en Cuba. Su aburguesamiento es visible al igual que su retórica ideológica de dientes para afuera.
En la familia del Presidente sucede lo mismo. José Ramón, su hijo mayor, decidió vivir en Houston en dos suburbios impecables, primero en Conroe y luego en Woodlands. El propio López Obrador decidió que Inglaterra sería un buen destino para la educación de su hijo menor. Buena decisión. Jamás hubiera pasado por su cabeza enviarlo al “paraíso” cubano para aprender las bondades del sistema comunista que tanto aprecia como un “buen lugar para vivir”. Es claro que el mejor lugar para vivir es el Palacio Nacional, donde todo está resuelto y con una señal se hacen las cosas.
Quien un día se fue a vivir a Cuba fue Carlos Salinas de Gortari después de su sexenio. Intimidado por el proceso a su hermano Raúl y angustiado por el juicio de la historia, pintó raya y se echó en brazos de Fidel Castro, a quien tanto había apoyado. El campeón del libre comercio y la formación de capital encontraba refugio en la dictadura.
No duró mucho. Había vivido en Estados Unidos, Cuba y Canadá. Finalmente aterrizó en Irlanda, país con el que México no tenía tratado de extradición. Al tiempo regresaría a su casa de Coyoacán a escribir.
El mismo miedo de ser detenidos por sorpresa lo tienen Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. Los dos residen en España donde el imperio de la ley no permitiría una detención alevosa o sin fundamento. Todo ex presidente tiene temor de que su sucesor los use para hacer circo, para reivindicar la lucha contra la corrupción o cualquier otro show como hicieron con Genaro García Luna.
En México hay una ley no escrita de respeto a la “figura presidencial”. Una que rompen Calderón y Fox cada vez que pueden, pero todo incitado por la constante andanada de acusaciones y vituperios matinales.
El ex presidente que sigue en México y sigue en pie de lucha es Vicente Fox. Sube la voz en serio. Hace unos días criticó a López Obrador por la compra de las generadoras de Iberdrola, pero lo hace con su lenguaje florido.
En respuesta lo acusan de que su familia recibió permisos para explotar la cannabis. En Twitter, la nueva ágora política, Fox se defiende y responde: “LOPEZ, ERES EL GRAN MENTIROSO DE LAS MAÑANERAS!! TE RETO A PRESENTAR PRUEBAS O CALLARTE EL HOCICO!!! Vicente sabe que si lo tocan, lo hacen mártir y eso no sería bueno para la 4T.
En su insolencia está el valor del rebelde, de quien cambió a México pero quien también fue factor para que hoy gobierne Morena. En los próximos días sabremos si hay pruebas de la acusación o no.