Por: Armando Fuentes

Yo no digo que no. Soy de buen natural, de sosegado ánimo, y por tanto no suelo poner en tela de juicio las ajenas opiniones. Aun adverso a ellas velo mi pensamiento y guardo silencio, para no entrar en discusiones que pueden llegar a ser disputas en las cuales quienes debaten ponen demasiado calor y muy poquita luz. Yo no digo que no. Lejos de mí tan temeraria idea. Sé y reconozco que en otros países la gente paga más impuestos que nosotros los mexicanos, y que a diferencia de nosotros cumplen con puntualidad y exactitud sus obligaciones tributarias. En Estados Unidos y Suiza, por ejemplo, los ciudadanos entregan al Gobierno una parte mayor de sus ingresos que nosotros. Igual, entiendo, sucede en Francia, en Suecia, en Dinamarca. Sí, pero en Dinamarca y Suecia y Francia, y en Suiza y en Estados Unidos los ciudadanos ven el dinero de sus impuestos convertido en una calidad de vida que nosotros los mexicanos no gozamos. Allá no se encuentran las corrupciones y desvíos que acá vemos, ni se producen en esos países las hornadas sexenales de multimillonarios que aquí estamos acostumbrados a mirar. Puede ser que en esos países haya ladrones del erario público. ¿En dónde no los hay, siendo la humana naturaleza igual en todas partes? Pero no son de la monta -ni sus latrocinios son del monto- de los que en México sufrimos. Tampoco se observan en otros países los dispendios que se ven aquí, ni la ineficiencia que entre nosotros observamos. Con gusto pagaríamos más impuestos si eso nos asegurara un mejor régimen de vida: más seguridad, mejores servicios públicos, progreso en todos los órdenes de la administración; y si supiéramos que nuestras contribuciones serán manejadas con transparencia y honradez. Pero eso de pagar cada vez más y recibir cada vez menos, como que no nos cuadra. Como que no nos cuadra ser cada vez más pobres para que otros sean cada vez más ricos. Y no le sigo porque, la verdad, ya me encaboroné…”-Al baile del club -anuncia el presidente- sólo podrán venir los socios y sus esposas”. “-Yo tengo una amiguita -dice uno por broma-. ¿La puedo traer?”. Responde el presidente: “-Sólo si es esposa de uno de los socios”… Por teléfono el señor le dice a su mujer: “-No me esperes. Trabajaré hasta tarde en la oficina. Llegaré después de medianoche”. Se hace una pausa. Luego pregunta la señora: “-¿De veras puedo contar con eso?”… En la fiesta la muchacha le pregunta a uno de los invitados: “-¿Cómo está su esposa?”. “-Soy soltero -responde el tipo-. Nada más los imbéciles se casan”. “-Ah, perdone -se disculpa la muchacha-. Es que como tiene cara de casado”… En el confesionario le dijo Pirulina al padre Arsilio que había tenido relaciones con su novio. “-¿Cuántas veces, hija?” -pregunta el sacerdote. “-Discúlpeme, padre -responde Pirulina-. No sabía que debo llevar la cuenta”… Don Poseidón, granjero acomodado, le dijo al veterinario que su caballo no quería andar. “-Póngale estos dos supositorios -le dijo-. Con eso se reanimará el caballo”. Al día siguiente don Poseidón fue a aplicar el tratamiento. Le puso el primer supositorio al animal, y éste salió corriendo a toda velocidad como alma que lleva el diablo. “-Doctor -consulta por teléfono don Poseidón al veterinario-. Tan pronto le puse el primer supositorio, el caballo salió al galope y se perdió en la lejanía. ¿Qué hago?”. Contesta el doctor: “-Póngase usted el otro supositorio. De esa manera lo podrá alcanzar”… Solsticia Sinpitier, madura señorita soltera, fue al cine con don Autumnio, maduro caballero. Terminada la función él la acompañó hasta su departamento. “-¿No gusta un cafecito?” -le pregunta Solsticia. “-Claro que sí” -responde el otoñal galán. “-Con una condición -le advierte ella-. Prométame que no fumará en la cama”. FIN.

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