Wilbur y Orville Wright ensayaban hace 120 años en las arenas de Kitty Hawk los primeros vuelos tripulados con máquinas más pesadas que el aire. Ese invento evolucionó con la Primera Guerra Mundial, con los biplanos y triplanos impulsados con motores radiales de mayor potencia.
Lindbergh cruzó el Atlántico en 1927. Voló de Nueva York a París sin escalas. Habían pasado 24 años del primer vuelo. Vino la Segunda Guerra, la Guerra Fría, los jets y el “vuelo” a la Luna en 1969.
Ahora imaginemos que todo este avance hubiera sucedido en 5 o 10 años. Que pudiéramos compactar esa evolución a una década o menos. Wilbur y Orvile hubieran podido construir jets y haber viajado a la Luna.
Frente a nuestros ojos eso sucede en “tiempo real” con la Inteligencia Artificial. Los resultados son sorprendentes. En un artículo sobre el uso del Chat GPT-4, una persona que va al psiquiatra para mejorar su salud mental decide consultar con la IA en línea sus problemas. Para su sorpresa las respuestas del Chat son útiles y una buena guía para mejorar su condición. El bot puede consultar todos los libros de Freud, Jung, y de cualquier otro experto, hacer relaciones y “decir” algo.
Nadie sugiere que pueda sustituirse la experiencia y conocimiento del psiquiatra o menos esperar una receta de ansiolíticos sin su firma, pero si la conversación con esta novísima herramienta ayuda y no cuesta, resulta fantástico.
La revista The Economist dedicó su reportaje de portada a la IA. Explica en breve todas las implicaciones futuras del invento. La mano de Dios con la cola del diablo. Un ejemplo que da The Economist es de investigadores australianos del Instituto para el Aprendizaje de Máquinas. Construyeron un asistente para Laurie Anderson, una compositora de música. El programa creado está entrenado para sus composiciones y en parte las de su difunto marido Lou Reed, también compositor. Aunque ella no considera el sistema como parte de su marido, ayuda como asistente musical con el tono y estilo musical de Lou.
Todos tenemos una voz interior. Al escribir reproducimos lo que primero sucede en la mente. Nos escuchamos día y noche en silencio sin oír nuestra voz. Imaginemos ahora que todo lo que está en nuestra computadora y en la nube pueda ser procesado con IA para tener una conversación con nosotros mismos. Hay servicios que graban nuestras palabras durante algún tiempo y luego pueden reproducir cualquier texto con nuestra voz (algo que puede utilizarse para engaños).
Si acompañamos esa voz con IA basada en nuestro cúmulo de información, imágenes de familia, trabajo y esparcimiento; si el Chatbot entra a nuestras listas de preferencias musicales en Spotify, si reconoce los libros guardados en el Kindle, tendrá una buena aproximación a parte de lo que somos. Ahora póngale voz y platique con usted mismo. A muchos no nos gusta escuchar nuestra voz grabada por alguna razón desconocida, pero platicar con un simulador de uno mismo con Inteligencia Artificial puede ser una experiencia atractiva o aterradora.
“Si algunos chatbots se convierten en la voz interna del usuario, esa voz persiste después de la muerte”, sugiere un experto. Así es. A medida que crece exponencialmente la capacidad de “comprender” de la AI, podrá usarse como un espejo de nosotros mismos para la eternidad.
Lo extraordinario es que eso no sucederá en unos años sino antes de que termine el 2023 o durante el 2024 y, como caja de Pandora, surgirán usos impensados a una velocidad que para los hermanos Wright sería supersónica. (Continuará)