Por: Armando Fuentes
Don Nebrijo, estudioso de la gramática española, llegó a su casa y sorprendió a su esposa conjugando con un sujeto los verbos cachondear, guacamolear o pichonear. Al ver a su marido la señora se azaró. Tartamudeó, confusa: “Yo. Tú. Él. Nosotros.”. Don Nebrijo la interrumpió: “Las explicaciones primero; los pronombres personales luego”. (Nota. El lexicón de la Academia define así el mexicanismo “cachondear”: “Dicho de una persona: acariciar amorosamente a otra”. Yerra la docta corporación. Si yo acaricio amorosamente a una mujer pasando mis manos por su cabello o sus mejillas eso no es cachondear. El error contenido en esa definición se subsanaría con decir: “Acariciar lúbricamente”, o bien “lascivamente” o “lujuriosamente”. Para definir bien el verbo “cachondear” es menester haber cachondeado, aunque eso sea actividad poco académica). El váguido esdrújulo de AMLO dio origen a un torrente de lucubraciones, especulaciones y suposiciones por falta de una información oportuna y veraz. Algo, sin embargo, dejó en claro la dormitada o desvanecimiento -que no desmayo- de López Obrador: la fragilidad de su salud. Por el bien de la República, y del propio paciente, los médicos deberían prohibirle tanto macanear como mañanear, y prescribirle reposo. Difícil es que el presidente se avenga a ese descanso, pues para un hombre como él es imposible ceder un ápice, ni aun momentáneamente, del poder que ejerce. Pero es imperativo que se recupere de modo de estar en condiciones de terminar su mandato, pues otra cosa traería consigo graves problemas de orden político y jurídico, y causaría desasosiego e inquietud en la Nación. Desde luego todos somos moribles, como dice un cierto amigo mío. Morir es haber nacido, escribió Borges. En cualquier momento podemos dar el cuartazo, para usar una expresión de pueblo. Pepito relató que su abuelo había muerto de maldiciones. “Empezó a decir: ‘Ah chingao, ah chingao, ah chingao’ y se murió”. Pero la vida del presidente de un país reviste particular importancia, y por eso López Obrador debe cuidarse; reducir el tiempo de las mañaneras -bien podrían durar 15 minutos sin que sufriera daño alguno la nación-, espaciar sus viajes, moderar sus diatribas contra aquéllos a los que da el nombre de adversarios y no ponerse a las patadas con el vecino del norte, pues el Tío Sam es muy patón. Si estos consejos y estas reglas sigue -no los dicto yo; los dicta el sentido común- ya no sufrirá AMLO ningún telele, insulto, soponcio, patatús u hoguío como el que tanto sobresalto provocó hace días. Un poco menos de silla y un poco más de sillón serán de beneficio tanto para él como para el país. Dulcibella, mujer en flor de edad, frondosa, aceptó los galanteos de don Gerolancio porque el maduro señor tenía una cualidad que a ella le faltaba: dinero. La madre de la joven se oponía al desigual connubio, pero la muchacha gustaba de las joyas, de la ropa de marca y las bolsas y zapatos caros, y por tanto se llevó a cabo el matrimonio. Bien lo dice el proverbio popular: “Cuando una mula dice: ‘No paso’, y una mujer dice: ‘Me caso’, la mula no pasa y la mujer se casa”. Sucedió, para sorpresa grata de la desposada, que la noche de las bodas don Gerolancio no sólo le hizo el amor una vez, sino dos, y hasta tres, pues era originario y vecino de Saltillo y había bebido sus miríficas aguas potenciadoras del varón. Llena de regocijo Dulcibella tomó su celular y le dijo a su cumplido esposo: “Voy a hablarle a mi mamá para decirle que me hiciste el amor tres veces en la noche”. Le indicó don Gerolancio: “No le hables todavía. Espera al marcador final”. FIN.