En medio de los jadeos acezantes, ingentes contorsiones, extáticos deliquios y urentes suspiros anhelantes que caracterizan al acto supremo del amor la guapa señora acertó a decirle al joven médico: “Perdone mi desconcierto inicial, doctor, pero yo creía que la fecundación artificial se hacía artificialmente”… En la fiesta una linda muchacha le dijo a Babalucas, insinuante: “Quizá te gustaría saber que soy nudista”. “¿De veras? -se interesó el badulaque-. Y ¿cuántos nudos sabes hacer?”… Lo que México necesita es que en el país haya consecuencias. Estamos en el atraso porque aquí no hay consecuencias. Vivimos en la inseguridad porque no tenemos consecuencias. Deberíamos traer consecuencias de algún lado, porque sin ellas estamos perdidos. Son más necesarias y preciosas que el oro y que la plata. La civilización y la cultura están fincadas en las consecuencias. Voy a explicarme, por consecuencia. Aquí un sujeto puede entrar en una cafetería o restorán y darle de balazos a otro y no hay consecuencias. Aquí un grupo de diputados y diputadas puede aprobar al vapor una balumba de leyes ilegales y no hay consecuencias. Aquí una ministra de la Suprema Corte puede plagiar su tesis para recibirse de abogada y no hay consecuencias. Aquí una multitud de 10 personas puede interrumpir el tránsito en cualquier carretera del país para protestar porque sí o porque no, y eso no provoca consecuencia alguna. En este país un grupo de soldados puede causar una masacre y no hay consecuencias. Se puede robar, injuriar, defraudar, violar y asesinar sin consecuencias. En los países civilizados, en cambio, te pasas en ámbar una luz del semáforo, y aun esa mínima infracción trae consigo una consecuencia. En el primer mundo apartarse de la ley provoca una consecuencia. Atentar contra el derecho de los demás acarrea una consecuencia. Pero en México no tenemos consecuencias. De la falta de consecuencias deriva la impunidad, y de la impunidad deriva la inseguridad. Así, todos andamos con una mano atrás y otra adelante, ya no como signo de pobreza, sino por la necesidad de protegernos contra agresiones que lo mismo pueden venir del frente que -¡Dios nos libre!- de la retaguardia. Es bueno que en las escuelas se impartan asignaturas relacionadas con el civismo y la ética, pero eso de nada servirá si el hecho de violar la ley no trae consigo alguna consecuencia. Si las malas conductas provocaran consecuencias contrarias a quienes en ellas incurrieran, veríamos cómo esas acciones malas disminuirían. Hoy por hoy, desgraciadamente, vivimos bajo un régimen que se caracteriza por su desprecio del orden jurídico. “Y no me vengan con ese cuento de que la ley es la ley”. De eso deriva el hecho de que las ilegalidades no traigan consigo consecuencias. Propongo, entonces, un programa para importar, de donde sea, consecuencias… La mucama de la casa estaba charlando en la puerta con una amiga. En eso salió la señora. Iba muy pintada, muy perfumada, con falda abierta al lado y zapatos de tacón aguja. “Maritorna -le dijo a la mucama-. Si alguien viene a buscarme le dices que fui de compras”. Cuando la señora se alejó la fámula le comentó a su amiga: “Son mentiras. Va de ventas”. Era mujer de puerto. Tanto trato, y tan cercano, había tenido con marineros que el busto le subía y le bajaba con las mareas. Cierto día conoció a un hombre que la cortejó con intención matrimonial, pero que quería estar seguro de que ella no había tenido relaciones con marinos. La mujer le juró que de ellos y del mar nada sabía. Pero la noche de bodas, al ir a la cama, se le escapó decir: “¿Qué lados prefieres, guapo? ¿Babor o estribor?”. FIN.