Por: Armando Fuentes.
Pasé mi luna de miel en Guadalajara. Un año después regresé a la ciudad. Entonces sí salí a la calle y conocí las incontables bellezas que la capital tapatía ofrece a propios y extraños. A estos, los extraños, los vuelve propios con un par de copas de tequila y la música de un mariachi. En compañía de mi novia -lo es todavía, después de casi 60 años de casados- fui una vez a Chapala, y de ahí traje un recuerdo de los que llaman imperecederos. Una lancha nos llevó a la isla de Los Alacranes. María de la Luz llevaba suelta su bella y larga cabellera rubia. Tan pronto desembarcamos en la playa un enjambre de abejas cubrió por completo sus cabellos. Ella se asustó. Le dije: “¡No te muevas, güerita! ¡No te muevas!”. Permaneció absolutamente inmóvil, y bien pronto las abejas, convencidas de que aquella que parecía hermosa y aromada flor no lo era, se alejaron sin haberle hecho ningún daño. En aquel tiempo yo no sabía oír los rumores de la vida, por eso no escuché que el lago me dijo “Volverás”. Volví, en efecto, varias veces, pues Chapala es un sitio que enamora. Lo expresó Pepe Guízar en su canción: “Chapala, rinconcito de amor donde las almas pueden hablarse de tú con Dios”. Conocí esa canción -el mundo es un pañuelo- en la voz de Augurio Aguado Turrubiates, que tal era el verdadero nombre de un gran artista paisano mío de Nueva Rosita, Coahuila: Julio Aldama. Pues bien: hace unos días regresé a Chapala, y estuve también en Ajijic. ¡Qué viaje tan deleitoso fue ese! Recorrí las empedradas calles de ambos mágicos lugares; me asomé al interior de sus casonas solariegas; visité a San Panchito en su parroquia: gocé la sombra que ofrece al caminante la fronda del frondoso zalate bajo el cual doña Felisa ofreció por muchos años sus riquísimas nieves de garrafa. (Zalate es el nombre del árbol que en otros lares se llama camichín). Disfruté por igual los populares guisos de Amada que un espléndido bife de chorizo del restaurante Tango, cuyo menú haría caer en gula al más ascético cartujo. Fui a la isla de Mezcala y visité su fuerte, donde tuvo lugar uno de los más aguerridos episodios de las guerras de Independencia. Para conocer todo eso tuve la fortuna de contar con la guía de un sapiente guía, el ingeniero Arturo Gutiérrez Tejeda, quien sabe todo lo que hay que saber acerca de la historia, tradiciones y leyendas de Chapala y Ajijic. ¡Y la gente, señor! ¡Qué gente tan gente! Acudió a oírme en el Centro para la Cultura y las Artes de la Ribera, y luego hizo tumulto para obtener mi firma en sus libros o tomarse una foto conmigo. Ahí le di un abrazo a una gentil muchacha -muchacha todavía después de casi medio siglo de haber salido del Ateneo Fuente-, Conchita Hinojosa, ganadora siempre de los concursos de canto que se hacían cuando fui director del glorioso plantel. Un señor de edad me preguntó: “¿Puedo darle un beso?”. Y sin esperar mi respuesta me plantó en el cachete uno al estilo ruso o francés que la gente aplaudió y que a mí me dejó aturrullado. El municipio de Chapala está actualmente gobernado por un excelente alcalde panista. Alejandro de Jesús Aguirre Curiel, a quien por segunda vez eligieron sus conciudadanos, pues su labor ha sido de mucho beneficio para la comunidad. Su esposa, gentil dama de nombre musical -se llama Érika Erín-, realiza una tarea de gran contenido social sobre todo en bien de la mujer y de los jóvenes del municipio. A Alejandro y Érika, que tanto aman a su pueblo y que con tan empeñoso empeño trabajan por él, les doy las gracias por haberme recibido en Chapala y Ajijic y por haber fortalecido en mí la esperanza en un México mejor. FIN.