Por: Armando Fuentes.
“La mujer por lo que valga, no por la nalga”. Ese sabio consejo daba mi abuela Liberata a sus hijos en edad de merecer. Y añadía: “Búsquense una muchacha de buen fondo”. “Pero, mamá -argumentaba mi tío Rubén, el papá del Profesor Jirafales-. ¿El fondo quién se los ve?”. No cabe duda: el caderamen de las damas ejerce una poderosa atracción sobre los másculos. Pensamos que es por cuestión erótica. No hay tal. Sin darnos cuenta, por instinto, buscamos una pareja que tenga el potencial necesario para equilibrar la carga que luego llevará durante la preñez. Y lo mismo en el caso del busto: su abundancia es promesa de buena alimentación para la prole. O sea que todo esto no es cosa de estética o lujuria, sino de biología. Los atractivos visuales son las dulces trampas de que se vale la naturaleza para incitarnos a perpetuar la especie. En esa tarea la mujer juega un papel pasivo muy activo, y el hombre un rol activo muy pasivo. Pero me estoy perdiendo en elucubraciones que, como decía Cervantes, se quiebran por lo sutiles. A lo que iba es a narrar el cuento del tipo que llegó al Bar Ahúnda y fijó la mirada en el exuberante nalgatorio de una dama que estaba de pie en un extremo de la barra. De inmediato el cantinero le reclamó, indignado: “No mire así a esa señora. Es mi esposa”. “No la estoy viendo -rechazó el sujeto-. Tenía la mirada perdida, pensando en mis asuntos”. “Y todavía lo niega -se irritó el de la taberna-. Desde que llegó no le ha quitado la vista del trasero”. “Le repito que se equivoca, señor mío -declaró con ofendida dignidad el individuo-. No soy hombre para fijarme en esas cosas. Está usted hablando con un caballero. Puedo decir con el poeta: ‘De mi alta aristocracia dudar jamás se pudo. / No se ganan: se heredan elegancia y blasón’. Y ya no me esté molestando. Sírvame un teculo doble”. “Te pareces tanto a mí”, le dijo a Morena el PRI. Uno de los estribillos que el presidente López más repite es aquél de “no somos iguales”. Al decir eso quiere distinguirse de sus antecesores, sobre todo de los priistas. Sólo que las evidencias lo desniegan. En efecto, su nepotismo se parece al de López Portillo; su modo caprichoso de ejercer el poder lo asemeja a Echeverría; los actos de corrupción que en su régimen se han visto dejan a la famosa estafa maestra en calidad de simple alumna. (¿Qué ha pasado con lo de Segalmex?). No; los de la 4T no son iguales. Son igualitos. Y si me apuran más, igualititos. El cuento que cierra hoy el telón de esta columna no es apto para ser leído por personas púdicas. Se emplea en él la palabra “pilinga”, uno de los incontables términos que sirven para designar al órgano sexual masculino, profusión que contrasta con los relativamente pocos vocablos que se emplean para nombrar al femenino. Quizás estamos en presencia de otra muestra de machismo y de discriminación por género. Bien harán entonces los y las moralistas en suspender en este punto la lectura. Un tipo logró por fin su sueño de comprarse unas botas vaqueras. Luciéndolas se presentó ante su mujer: “¿Qué me notas de nuevo?”. “Nada” -contestó ella, distraída. El tipo, molesto, fue al baño y se encueró, dejándose solamente las botas. Regresó con su esposa. “Y ahora ¿qué me notas?”. Lo miró ella y replicó: “Nada en particular”. “¿Cómo? -se exasperó el sujeto-. A ver: ¿hacia dónde está apuntando mi pilinga?”. Respondió la señora: “Hacia abajo, como siempre, como todas las noches desde hace 20 años”. “Fíjate bien -le indicó él-. Está apuntando hacia estas botas que me acabo de comprar”. “Ah, vaya -dijo la mujer-. Entonces la próxima vez cómprate un sombrero”. (No le entendí). FIN.